Luciana ardía de impaciencia; sabía que no debía, pero el reclamo se le escapó de todas formas:—¿Qué pasa con Enzo? ¿Cómo que todavía no nos encuentra?¿No que la familia Anderson lo podía todo? Tantos días y, aun así, nadie daba con ellos.—Luci… —Alejandro le tomó la mano, pidiéndole calma con un apretón.Ella entendió. No quería descargar su angustia sobre él, pero el estado de Alejandro… ya no admitía espera.—Vámonos.Tras recuperar el aire, Luciana se incorporó y se inclinó para levantarlo… y topó con pared. Alejandro ya no tenía ni una chispa de fuerza; lo intentó una, dos, tres veces, y no consiguió ponerlo de pie.—¡Alejandro, arriba!—… Vete… —le ardía la garganta; sacudió la cabeza—. Tú… primero…—No. ¡No!Las lágrimas se le resbalaron pese a su empeño. —Piensa en Alba, por favor… te lo ruego, ¿sí?Se secó el rostro de golpe. —Ven, te cargo.Alejandro quiso decir que no. ¿Cómo iba a cargarlo ella?—Luci, no…—¡Sí puedo! —los ojos rojos, fijos, tercos—. Y si no puedo, te arr
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