Verlos comer “como si no hubiera mañana” le dio a Luciana una puntada de orgullo.
—¿Tan rico está? —mientras le daba otra cucharada a Alejandro, acercó la cuchara a su propia boca y probó—.
Se quedó ida. Miró a Alejandro, luego a Juan.
¿De verdad… podían tragarse eso?
—¡No coman más! —retiró el tazón de Alejandro y volteó con Juan—. Tú tampoco, ya no…
—No pasa nada —Alejandro le tomó la mano—. No está tan mal.
—… —Luciana no se ofendió; le dio risa y pena a la vez—. ¡Si yo lo probé! ¿Mi lengua no cuenta?
—Está… solo un poquito salada —concedió Alejandro.
Para sostenerle el ánimo, se volvió a Juan—. ¿A que sí?
—¡Sí! —Juan asintió con todo—. Claro que sí. —Y, para que no dudara, se metió dos cucharadas más de golpe.
Luciana terminó soltando una risita.
—Luciana —recordó Juan, y fue a buscar algo—. Toma, mejor come esto.
Era pan blanco de ayer.
Ella lo miró de reojo y Juan sonrió—. Ándale, come.
“Tu cariño” que la sufriera él con el jefe; a ella, mejor no torturarla.
Al ver su cara entre