“¿Qué quiso decir con eso?”
—¡Domingo! —los ojos de Alejandro se inyectaron de rabia—. ¡No la toques! ¡No la toques!
—Ja —Domingo soltó una risa helada—. ¿Y con qué derecho me das órdenes? —miró a su hermano, caído y de rodillas, y la sonrisa se le volvió más cruel—. ¿Con esa pinta de medio muerto?
Alejandro se quedó sin palabras. ¿Qué hacer? ¿Cómo mover la jugada?
Respiró hondo.
—¿Qué quieres para dejarla ir?
—Pff —Domingo parecía aburrido—. Ni siquiera pensaba “dejarla” o “no dejarla”. Para mí no significa nada. Para ti… es otra historia.
—¡Eres una bestia, Domingo!
“Bestia” le tocó una fibra prohibida.
—¡Sí! ¡Soy una bestia! —de pronto, los ojos se le tiñeron de rojo; se inclinó y le afianzó la nuca a Alejandro con los dedos crispados—. Soy el hijo bastardo que da vergüenza, el que mi abuelo y mi propia madre tiraron a la basura. He vivido toda la vida sin poder usar mi nombre a la luz del día.
Era cierto. “Domingo Guzmán” solo existía de boca en boca. En los papeles no se llamaba a