—¿Qué quieres decir? —Alejandro frunció el ceño. No tenía paciencia para rodeos—. ¿Viniste a soltar estupideces?
Domingo no respondió; sonrió leve.
—Hace mucho que los hermanos no hablamos. ¿Por qué no vamos a mi sitio y conversamos?
La sonrisa se le borró de golpe. Alzó la mano y, desde la puerta del camarote, irrumpieron varios tipos fornidos. Entraron sin decir palabra y se abalanzaron sobre ellos.
—¡Alejandro! —Luciana fue jaloneada y separada de él; lo buscó con la mirada, pálida.
—¡Domingo Guzmán! —Alejandro le lanzó una mirada asesina—. ¿Qué pretendes? ¡Suéltala!
—¿Tan nervioso? —Domingo sonrió como si nada—. Tranquilo, no voy a lastimarla. Pero, si ella es tu punto más débil, solo si se viene conmigo te vas a rendir, ¿o no?
Estiró la mano y, con dos dedos, le tomó la barbilla a Luciana.
El escalofrío le subió por la nuca como si una víbora le hubiera rozado la piel.
—Dicen… —entornó los ojos— que eres la heredera de la familia Anderson, ¿no?
Luciana se quedó helada. ¿Cómo lo sa