—Luci, no —Lucy, por supuesto, se opuso—. Enzo ya tiene gente buscándolo. Aunque vayas, no podrás ayudar.—Lo sé —Luciana lo pidió sin bajar la mirada—. Solo quiero ir a mirar. ¿Me dejan, por favor?Padres con culpa rara vez saben decir no. Enzo y Lucy no fueron la excepción.—Hagamos esto —Enzo se adelantó—: yo te llevo.—¡Enzo! —Lucy lo detuvo, inquieta.—Tranquila, no te angusties —él la serenó—. Si voy yo, me ocupo de Luci.Además, cuando Enzo salía, nunca iba solo. Con tantos guardaespaldas, ¿cómo no proteger a su hija?—Entonces… —Lucy miró a la muchacha, que los observaba con ansiedad—, de acuerdo. —Y aún la previno—: Luci, vas a hacerle caso a Enzo en todo.Porque en Toronto, la identidad de Luciana era un campo minado. La familia Anderson, los Romero… todos la tenían en la mira. Sin venir ya imponía; ahora que estaba allí, algunos iban a jurar que había llegado por la sucesión.—Entiendo —Luciana asintió con seriedad.Terminaron de comer y Enzo la sacó de la casa.—Vayan y vue
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