Todos los capítulos de Los Hijos Secretos del Alfa: ¡Luna, Regresa!: Capítulo 31 - Capítulo 40
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31. Eres el enemigo
El aire en la manada de Tierra era espeso, cargado de tensión y murmullos silenciosos entre todos. Sebastián descendió de su caballo con movimientos calculados. Su armadura aún relucía, pero las sombras en su rostro hablaban de días sin descanso. Lo flanqueaban dos de sus betas más leales, pero ni siquiera su presencia servía para aplacar la sensación de que estaban siendo observados desde cada rincón. Su lobo estaba apaciguado, saber que no se deshizo del recuerdo de su unión afianzó su confianza con él. Se sentía fortalecido por su energía vibrante, Zeque tenía ganas de desgarrar algunas gargantas por dejar a su gente sin comida. Los guerreros de Tierra lo escoltaron en silencio hasta la Sala de Audiencias, una estructura tallada directamente en la piedra de una montaña baja, con columnas de raíces vivas que crujían levemente al pasar. Siempre había sentido que en la manada de Tierra todo parecía estar vivo, era espeluznante. Allí lo esperaba el alfa Tauriel, un hombre de piel
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32. Poderes oscuros
Tenía que arreglar la situación a como diera lugar. —Se equivoca, me temo que tiene una idea errónea de nuestra posición en estos momentos. Nosotros no somos el enemigo —dijo con voz cortante. Y era verdad, él vivía su vida en paz. Si no había podido darles orbes de luz era por la maldición de su Diosa, y las armas salían débiles por las ramas igual de frágiles. ¿Por qué carajos parecía que todo era una especie de karma por lo que sucedió con su mate? —Yo me remito a las pruebas, y mi gente también. Todos asintieron a las palabras de Tauriel. —Si no pueden darnos orbes de luz ni armas, ¿cómo podemos seguir negociando con ustedes? —le pregunto con una ceja alzada. Pero su lobo, Zeque, no prestaba atención a la política. «Está cerca», su voz rugía en el pecho de Sebastián. «La siento. El alma de… la loba… ¡Dayleen!», exclamó con un jublo inexplicable. Parecía un cachorrito bailando en círculos en su interior de pura felicidad ante la idea de estar cerca de su alma gemela.
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33. Una humana en la manada
Dayleen caminaba por uno de los pasillos bajos de piedra caliza, donde la humedad escurría por las paredes y el olor a tierra lo invadía todo. La ciudadela subterránea era silenciosa la mayor parte del tiempo en la periferia, todo el bullicio se concentraba en el centro. La actividad "especial" de la manada de Tierra se concentraba en las zonas altas de la cueva, pero ella no tenía permiso de subir. Annika le dijo que ahí es donde cultivaban las hierbas mágicas y era un privilegio poder verlo. Respiro hondo cuando su amiga la empujó a seguir caminando. —Date prisa, no tengas miedo. Los dejaré para que hablen a solas, seguro tendrás muchas cosas que preguntarle —le susurró su prima con una sonrisa y se regresó al centro de la cueva. Se detuvo al ver a un hombre mayor sentado en un banco de madera. Era robusto, tenía cicatrices en el rostro y un bastón metálico apoyado a su lado. Sus ojos, oscuros y pequeños, la escudriñaron con atención, como si ya supiera quién era. —Dayleen Mc
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34. Alfa, deme su semilla
En la manada de Agua, Xavier había regresado en silencio. Los guerreros saludaron con respeto cuando cruzó la plaza principal. Entró en su casa sin decir palabra. Estaba agotado. Pero no físicamente. Era otra clase de peso. Tres de sus concubinas lo esperaban en el cuarto central, uno no tenía nada de ropa encima. Todos sabían que en días así necesitaba paz. Las visitas a la frontera lo dejaban muy tenso, porque técnicamente era como tensar una cuerda y esperar que nadie dispare la flecha. Y ellas creían que esa tensión podía aliviarse de forma simple. —¿Quieres relajarte, Alfa? —dijo una, sentándose a su lado y desatando el nudo de su cinturón. —Te extrañamos —añadió otra, subiendo su túnica hasta mostrar sus piernas inmaculadas. Las tres eran muy hermosas, no las habría escogido si no fuera así. Le gustaba como Renee arqueaba el cuerpo cuando la hacía suya, o a Lyra y su delicada espalda cuando la tomaba por detrás... por no hablar de las hermosas piernas cremosas de Nür. Pe
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35. Sus cachorros morirán
Un día después, seguían intentando negociar ambas manadas para el beneficio de ambas. Pero ninguna daba su brazo a torcer, el batallón de Sebastián aguardaba afuera para recibir sus indicaciones.Y cuando estaban hablando sobre las cantidades que necesitaban para reabastecerse de carne... algo pasó.En el subsuelo de la manada de Tierra, el sonido cambió. Un crujido recorrió las paredes. Las piedras vibraron. El escudo protector emitió un zumbido bajo, parpadeo un par de veces con agonía y finalmente murió. Se extinguió como si hubiera sido drenado por completo.Todos vieron como el escudo se hacía tangible, y una masa oscura se derretía contra el suelo. Toda la cúpula que solía ser su escudo protector, ahora era una burbuja negra llena de peste, parecía enferma y marchita.Se quedaron boquiabiertos mirando el horroroso espectáculo. Nunca, nunca le había pasado nada a su escudo. Procuraban reforzarlo siempre con las hojas y la sangre fresca de la manada, era un escudo prácticamente vi
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36. Volverás a nacer
Dayleen se sentía extraña desde que abrió los ojos. Su cuerpo estaba caliente, como si la fiebre comenzara a recorrerle los huesos. Pero no era como una enfermedad común. Era algo más… interno. Su loba estaba inquieta, gruñía en su mente de forma errática, jadeante. «Lo necesito...» Su voz se escuchaba entrecortada. Ansiosa. Nunca antes había sido así. «Zeque...» Dayleen se quedó inmóvil. Sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Había dicho el nombre del lobo de Sebastián? No, no… no podía ser. Ese vínculo había sido mancillado. Ya estaba casi roto. «No está roto. Está dormido», corrigió su loba con un gruñido. La energía la empujó hacia el suelo. Se llevó las manos al pecho, respirando con dificultad. El calor se concentraba en su hombro izquierdo, y un hormigueo extraño subía por su cuello. Se quitó la blusa con rapidez y lo vio: el tatuaje en forma de media luna que alguna vez creyó una marca sin sentido… brillaba. Brillaba como si hubiera estado esperando despertar.
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37. La Última Guardiana
En la superficie, el caos se mantenía. La loba que había osado darle un golpe fue llevada a recibir cinco latigazos por su agresión. Aria se había acomodado en una silla como si le perteneciera, actuaba con una natural espeluznante. —Yo no rompí el escudo —dijo sin inmutarse—. Fue un soldado de Agua. Vino a advertirnos de un ataque y murió al hacerlo. La magia del río contaminó la barrera. Era una pequeña mentira, pero serviría a su propósito: hacer que se peleen entre ellos. Si lograba hacer que se dividieran en lugar de unirse, todo estaría bien. —¿Y por qué tú fuiste la única que lo vio? —rugió Jonas—. ¿Nos crees tan estúpidos? La gente de Fuego siempre subestimándonos —¿Acaso crees que tengo tiempo para romper escudos? Estoy aquí para ayudarte. Solo soy una Luna recién nombrada, mi poder no escala a tanto. ¿No te parece? Te estás volviendo loco solo por una pequeña mujer como yo que a duras penas logró seguirle el paso a su pareja para llegar a esta audiencia. Jonas cru
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37.1 ¿Con tu propia prima?
Pensaba que Fernando estaría enojado luego de que la noche anterior hubiera rechazado entregarse a él por primera vez, pero en cambio le pediría matrimonio. Alexandra miró con alegría la sortija de matrimonio que había encontrado guardado en una pequeña cajita de terciopelo en el cajón de su novio. Tenía incrustado un diamante grande y brillante. «¡Me pedirá ser su esposa!», exclamó dentro de sí. Poco importó que no fuera exactamente como lo había imaginado, solo con saber que la quería para la eternidad era suficiente. Así que la guardó con sumo cuidado y salió de la habitación para darse una ducha. Minutos después salió del baño envuelta en una toalla, vió a su novio terminando de arreglarse la corbata para irse al trabajo. —Ya me voy, cariño. No me esperes despierta —se despidió Fernando sin mirarla. Pensó que quizás no quería levantar sospechas y por ello no le dió siquiera un beso de despedida. —¡Adiós, mi amor! —gritó tras de él, pero solo recibió el azote de la pu
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37.2 Solo un beso
Se acercaba la Navidad, y el ambiente en la oficina de Nathaniel Stravakis estaba más tenso que nunca. Las luces festivas decoraban el lobby, pero la atmósfera en su interior no era nada alegre. Alexandra no podía quitarse de la cabeza el descubrimiento de Fernando y Lucía. A pesar de que intentaba concentrarse en su trabajo, la imagen de su ex, sonriendo junto a su prima, le atormentaba. ¿En qué momento comenzaron a traicionarla y como es que nunca se dió cuenta? Nathaniel también tenía sus propios problemas, pues todo indicaba que su ex prometida y su tío estaban comenzando a hacer ruido en la familia. A medida que se acercaba la Navidad, las noticias de su relación secreta salían a la luz. La familia Stravakis, siempre muy unida, no tardó en enterarse. Pero nadie dijo nada, parecían esperar a ver qué sucedía. Nathaniel no podía evitar sentirse herido, no solo por la traición de Azucena, sino también por la manera en que su propio tío, que siempre le había tenido envidia, se a
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38. El rey de Aryndell
El estallido de energía no fue una ilusión. No fue un truco ni un fenómeno aislado. Fue real. Y todos lo sintieron. Desde los campos congelados del Norte hasta los límites del pantano negro en el Oeste, las manadas detuvieron sus actividades. Guerreros dejaron caer sus armas. Curanderas alzaron la vista. Los lobos alzaron el hocico al cielo, desorientados, tensos. La tierra vibró. El cielo pareció contener el aliento. La luz blanca, sagrada, se alzó desde lo más profundo de Aryndell. Una explosión mágica pura, innegable, que atravesó las capas energéticas del mundo lobuno. Algunos incluso se preguntaron si lo habían sentido en el mundo humano. En la manada de Agua, Xavier abrió los ojos de golpe. Se encontraba sumido en el silencio de su habitación, pero su lobo rugió con una mezcla de necesidad y reverencia. «Ella...» No necesitaba que su lobo completara la frase. Lo supo de inmediato. La pelirroja. La loba que intentaba ocultar lo que era. ¿Por qué le había mentido d
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