Se acercaba la Navidad, y el ambiente en la oficina de Nathaniel Stravakis estaba más tenso que nunca. Las luces festivas decoraban el lobby, pero la atmósfera en su interior no era nada alegre. Alexandra no podía quitarse de la cabeza el descubrimiento de Fernando y Lucía. A pesar de que intentaba concentrarse en su trabajo, la imagen de su ex, sonriendo junto a su prima, le atormentaba. ¿En qué momento comenzaron a traicionarla y como es que nunca se dió cuenta? Nathaniel también tenía sus propios problemas, pues todo indicaba que su ex prometida y su tío estaban comenzando a hacer ruido en la familia. A medida que se acercaba la Navidad, las noticias de su relación secreta salían a la luz. La familia Stravakis, siempre muy unida, no tardó en enterarse. Pero nadie dijo nada, parecían esperar a ver qué sucedía. Nathaniel no podía evitar sentirse herido, no solo por la traición de Azucena, sino también por la manera en que su propio tío, que siempre le había tenido envidia, se a
El estallido de energía no fue una ilusión. No fue un truco ni un fenómeno aislado. Fue real. Y todos lo sintieron. Desde los campos congelados del Norte hasta los límites del pantano negro en el Oeste, las manadas detuvieron sus actividades. Guerreros dejaron caer sus armas. Curanderas alzaron la vista. Los lobos alzaron el hocico al cielo, desorientados, tensos. La tierra vibró. El cielo pareció contener el aliento. La luz blanca, sagrada, se alzó desde lo más profundo de Aryndell. Una explosión mágica pura, innegable, que atravesó las capas energéticas del mundo lobuno. Algunos incluso se preguntaron si lo habían sentido en el mundo humano. En la manada de Agua, Xavier abrió los ojos de golpe. Se encontraba sumido en el silencio de su habitación, pero su lobo rugió con una mezcla de necesidad y reverencia. «Ella...» No necesitaba que su lobo completara la frase. Lo supo de inmediato. La pelirroja. La loba que intentaba ocultar lo que era. ¿Por qué le había mentido d
Saliendo del mundo de los sueños, poco a poco, comenzó a recobrar el sentido. Sus párpados pesaban terriblemente. Se sentía cansada, débil. Pero llena de magia poder dentro.Un gruñido se escapó de sus labios al sentir una luz sobre su rostro.—Estás despierta —murmuró una voz rasposa desde la entrada. Una figura encapuchada se adentró en la caverna sin temor. Dayleen se irguió, instintivamente a la defensiva. Pero la mujer no era una amenaza. Era anciana, con la espalda ligeramente encorvada y ojos pálidos como la niebla. Llevaba colgado un pequeño talismán que brilló al acercarse. —¿Quién eres? —preguntó Dayleen con la voz raspoca, su garganta estaba seca. —Elira. Guardiana de las memorias del Agua —respondió la mujer—. Y tú, pequeña loba, no eres cualquier fugitiva. Elira se sentó con lentitud y extrajo de su morral un códice cubierto de líquenes. Al abrirlo, un resplandor azul iluminó las paredes húmedas. —Tu marca… —murmuró la anciana, señalando el hombro de Dayleen.
El cielo gris anunciaba tormenta, como si presintiera el humor del Alfa del Fuego.Sebastián desmontó de su caballo con furia contenida, su cuerpo tenso, los músculos marcados por la rabia que no lograba liberar. Su escolta lo siguió sin decir palabra, sabían que cualquier mal gesto sería una provocación. Caminó hasta el centro del campamento de la manada de Fuego, donde los suyos esperaban noticias de la negociación con Tierra.—¡Nada! —rugió, lanzando su capa al suelo—. ¡Nos negaron todo! ¡Ni una semilla! ¡Ni un trozo de carne seca!El silencio se volvió denso. Nadie osó hablar. Nadie excepto Aria.—¿Qué esperabas? —dijo ella, cruzada de brazos—. Fuiste con las manos vacías y sin una estrategia. Ellos no te temen, Sebastián. Tú solías imponer respeto.Él giró hacia ella con los ojos encendidos. Su presencia siempre despertaba algo feroz en él, pero esta vez, no era deseo.—¿Me estás culpando? —gruñó.—Solo digo que fue tu error ir solo. No conoces a la manada de Tierra, no como yo.
El cuervo real descendió con majestuosidad, su plumaje negro como la noche contrastaba con el cielo claro del mediodía. Las ramas del gran árbol sagrado crujieron al recibirlo, como si la naturaleza supiera que algo importante estaba por anunciarse.El mensajero de la Casa de Lobos Real llegó segundos después montado en su corcel blanco, descendió con paso ceremonioso, cubierto con una túnica azul oscuro con ribetes plateados. Su voz, grave y solemne, resonó entre los presentes:—Traigo un mensaje del trono del Imperio de Aryndell. Su Majestad, el Rey Alfa, solicita la presencia de la nueva Guardiana en la Corte Real. Desea conocer a la portadora del linaje sagrado y extenderle el saludo del reino.El silencio cayó como un manto.Dayleen sintió que el corazón se le detenía por un instante. El Rey. El gobernante de todas las manadas unificadas. El hombre más poderoso del continente quería verla. A ella. Una simple loba que hasta hace semanas apenas sabía defenderse.Retrocedió un paso,
La noche antes de partir, la manada de Tierra celebró en silencio. No hubo banquetes ni música. Solo un susurro de respeto por la Guardiana que al amanecer viajaría hacia el corazón del Imperio. Los guerreros ofrecieron ofrendas en los árboles sagrados, y los ancianos recitaron oraciones antiguas a la Diosa Selene. Dayleen observaba todo desde la ventana de la cabaña que le habían asignado, con el corazón apretado.Sabía que algo importante la esperaba… pero no se sentía preparada.Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.Era Xavier. Y lo supo sin siquiera verlo. ¿Cómo estaban tan conectados?Vestía sencillo, sin su túnica ceremonial ni collares de Alfa. Solo él. Alto, hermoso y sereno, como si la tormenta de sentimientos que escondía no pudiera verse desde fuera. Pero claro que lo veía en sus ojos, tan azules y profundos que la dejaban sin respiración.—¿Puedo pasar?Ella asintió.El silencio entre ambos fue cómodo, casi cálido. Xavier caminó por la habitación hasta
Prefacio ...Hoy era el día en que finalmente se uniría con su mate frente a toda la manada. Después de todo su sufrimiento, por fin sería su Luna, la Luna de todos aquellos que la habían mirado con desprecio y desdén.Sonrió mientras volvía a acomodarse el vestido blanco, el cual era sencillo y humilde, tal y como su rol debía de ser. Una madre para la manada, pura y limpia de malos sentimientos. La noche comenzaba a caer, sentía los nervios recorrerle desde la punta de los pies al estómago, su corazón latía agitado por la emoción.Escuchó bullicio afuera de la cabaña, la mayoría se dirigía al templo de celebraciones. Ahí tendría lugar el día más importante de toda su vida, el día por el que había valido la pena no ceder a sus pensamientos deprimentes y dejarse caer al vacío.Terminó de arreglarse hasta que sonaron los tambores que anunciaban el comienzo del espectáculo.Suspiró, lista para salir de su escondite y unirse a la celebración.Su mano tomó la perilla, casi preparada par
-Meses atrás... - Dayleen sabía que ser parte de la manada FUEGO INDÓMITO era un modo de asegurar su supervivencia ante ese mundo moderno que se había formado luego de que la tierra había sido testigo de una de las guerras entre razas más sangrientas de la historia. Pero saberlo y hacerlo eran cosas muy distintas, no conseguía dar resultados y pronto sería expulsada de la manada. Miró sus manos con impotencia. Eran totalmente inútiles. —Aunque las mires durante diez horas seguidas, seguirán sin ser capaces de controlar el elemento, Dayleen —le había dicho su madre por décima vez. Frunció el ceño sin comprender sus palabras. —Deberías apoyarme, no desalentarme —refunfuño—. Cuando veas a tu hija ser parte de la servidumbre de la manada desearás haberme motivado más. Eryn la observó con una expresión de tristeza. —Lo siento, cariño. Pero la sacerdotisa nos lo dijo a tu padre y a mi desde que naciste, que no posees ni un poco de la chispa del fuego, tal vez siendo guerrera