En la manada de Agua, Xavier había regresado en silencio. Los guerreros saludaron con respeto cuando cruzó la plaza principal. Entró en su casa sin decir palabra. Estaba agotado. Pero no físicamente. Era otra clase de peso. Tres de sus concubinas lo esperaban en el cuarto central, uno no tenía nada de ropa encima. Todos sabían que en días así necesitaba paz. Las visitas a la frontera lo dejaban muy tenso, porque técnicamente era como tensar una cuerda y esperar que nadie dispare la flecha. Y ellas creían que esa tensión podía aliviarse de forma simple. —¿Quieres relajarte, Alfa? —dijo una, sentándose a su lado y desatando el nudo de su cinturón. —Te extrañamos —añadió otra, subiendo su túnica hasta mostrar sus piernas inmaculadas. Las tres eran muy hermosas, no las habría escogido si no fuera así. Le gustaba como Renee arqueaba el cuerpo cuando la hacía suya, o a Lyra y su delicada espalda cuando la tomaba por detrás... por no hablar de las hermosas piernas cremosas de Nür. Pe
Un día después, seguían intentando negociar ambas manadas para el beneficio de ambas. Pero ninguna daba su brazo a torcer, el batallón de Sebastián aguardaba afuera para recibir sus indicaciones.Y cuando estaban hablando sobre las cantidades que necesitaban para reabastecerse de carne... algo pasó.En el subsuelo de la manada de Tierra, el sonido cambió. Un crujido recorrió las paredes. Las piedras vibraron. El escudo protector emitió un zumbido bajo, parpadeo un par de veces con agonía y finalmente murió. Se extinguió como si hubiera sido drenado por completo.Todos vieron como el escudo se hacía tangible, y una masa oscura se derretía contra el suelo. Toda la cúpula que solía ser su escudo protector, ahora era una burbuja negra llena de peste, parecía enferma y marchita.Se quedaron boquiabiertos mirando el horroroso espectáculo. Nunca, nunca le había pasado nada a su escudo. Procuraban reforzarlo siempre con las hojas y la sangre fresca de la manada, era un escudo prácticamente vi
Dayleen se sentía extraña desde que abrió los ojos. Su cuerpo estaba caliente, como si la fiebre comenzara a recorrerle los huesos. Pero no era como una enfermedad común. Era algo más… interno. Su loba estaba inquieta, gruñía en su mente de forma errática, jadeante. «Lo necesito...» Su voz se escuchaba entrecortada. Ansiosa. Nunca antes había sido así. «Zeque...» Dayleen se quedó inmóvil. Sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Había dicho el nombre del lobo de Sebastián? No, no… no podía ser. Ese vínculo había sido mancillado. Ya estaba casi roto. «No está roto. Está dormido», corrigió su loba con un gruñido. La energía la empujó hacia el suelo. Se llevó las manos al pecho, respirando con dificultad. El calor se concentraba en su hombro izquierdo, y un hormigueo extraño subía por su cuello. Se quitó la blusa con rapidez y lo vio: el tatuaje en forma de media luna que alguna vez creyó una marca sin sentido… brillaba. Brillaba como si hubiera estado esperando despertar.
En la superficie, el caos se mantenía. La loba que había osado darle un golpe fue llevada a recibir cinco latigazos por su agresión. Aria se había acomodado en una silla como si le perteneciera, actuaba con una natural espeluznante. —Yo no rompí el escudo —dijo sin inmutarse—. Fue un soldado de Agua. Vino a advertirnos de un ataque y murió al hacerlo. La magia del río contaminó la barrera. Era una pequeña mentira, pero serviría a su propósito: hacer que se peleen entre ellos. Si lograba hacer que se dividieran en lugar de unirse, todo estaría bien. —¿Y por qué tú fuiste la única que lo vio? —rugió Jonas—. ¿Nos crees tan estúpidos? La gente de Fuego siempre subestimándonos —¿Acaso crees que tengo tiempo para romper escudos? Estoy aquí para ayudarte. Solo soy una Luna recién nombrada, mi poder no escala a tanto. ¿No te parece? Te estás volviendo loco solo por una pequeña mujer como yo que a duras penas logró seguirle el paso a su pareja para llegar a esta audiencia. Jonas cru
Pensaba que Fernando estaría enojado luego de que la noche anterior hubiera rechazado entregarse a él por primera vez, pero en cambio le pediría matrimonio. Alexandra miró con alegría la sortija de matrimonio que había encontrado guardado en una pequeña cajita de terciopelo en el cajón de su novio. Tenía incrustado un diamante grande y brillante. «¡Me pedirá ser su esposa!», exclamó dentro de sí. Poco importó que no fuera exactamente como lo había imaginado, solo con saber que la quería para la eternidad era suficiente. Así que la guardó con sumo cuidado y salió de la habitación para darse una ducha. Minutos después salió del baño envuelta en una toalla, vió a su novio terminando de arreglarse la corbata para irse al trabajo. —Ya me voy, cariño. No me esperes despierta —se despidió Fernando sin mirarla. Pensó que quizás no quería levantar sospechas y por ello no le dió siquiera un beso de despedida. —¡Adiós, mi amor! —gritó tras de él, pero solo recibió el azote de la pu
Se acercaba la Navidad, y el ambiente en la oficina de Nathaniel Stravakis estaba más tenso que nunca. Las luces festivas decoraban el lobby, pero la atmósfera en su interior no era nada alegre. Alexandra no podía quitarse de la cabeza el descubrimiento de Fernando y Lucía. A pesar de que intentaba concentrarse en su trabajo, la imagen de su ex, sonriendo junto a su prima, le atormentaba. ¿En qué momento comenzaron a traicionarla y como es que nunca se dió cuenta? Nathaniel también tenía sus propios problemas, pues todo indicaba que su ex prometida y su tío estaban comenzando a hacer ruido en la familia. A medida que se acercaba la Navidad, las noticias de su relación secreta salían a la luz. La familia Stravakis, siempre muy unida, no tardó en enterarse. Pero nadie dijo nada, parecían esperar a ver qué sucedía. Nathaniel no podía evitar sentirse herido, no solo por la traición de Azucena, sino también por la manera en que su propio tío, que siempre le había tenido envidia, se a
El estallido de energía no fue una ilusión. No fue un truco ni un fenómeno aislado. Fue real. Y todos lo sintieron. Desde los campos congelados del Norte hasta los límites del pantano negro en el Oeste, las manadas detuvieron sus actividades. Guerreros dejaron caer sus armas. Curanderas alzaron la vista. Los lobos alzaron el hocico al cielo, desorientados, tensos. La tierra vibró. El cielo pareció contener el aliento. La luz blanca, sagrada, se alzó desde lo más profundo de Aryndell. Una explosión mágica pura, innegable, que atravesó las capas energéticas del mundo lobuno. Algunos incluso se preguntaron si lo habían sentido en el mundo humano. En la manada de Agua, Xavier abrió los ojos de golpe. Se encontraba sumido en el silencio de su habitación, pero su lobo rugió con una mezcla de necesidad y reverencia. «Ella...» No necesitaba que su lobo completara la frase. Lo supo de inmediato. La pelirroja. La loba que intentaba ocultar lo que era. ¿Por qué le había mentido d
Saliendo del mundo de los sueños, poco a poco, comenzó a recobrar el sentido. Sus párpados pesaban terriblemente. Se sentía cansada, débil. Pero llena de magia poder dentro.Un gruñido se escapó de sus labios al sentir una luz sobre su rostro.—Estás despierta —murmuró una voz rasposa desde la entrada. Una figura encapuchada se adentró en la caverna sin temor. Dayleen se irguió, instintivamente a la defensiva. Pero la mujer no era una amenaza. Era anciana, con la espalda ligeramente encorvada y ojos pálidos como la niebla. Llevaba colgado un pequeño talismán que brilló al acercarse. —¿Quién eres? —preguntó Dayleen con la voz raspoca, su garganta estaba seca. —Elira. Guardiana de las memorias del Agua —respondió la mujer—. Y tú, pequeña loba, no eres cualquier fugitiva. Elira se sentó con lentitud y extrajo de su morral un códice cubierto de líquenes. Al abrirlo, un resplandor azul iluminó las paredes húmedas. —Tu marca… —murmuró la anciana, señalando el hombro de Dayleen.