40. Miel sobre hiel
El cielo gris anunciaba tormenta, como si presintiera el humor del Alfa del Fuego.Sebastián desmontó de su caballo con furia contenida, su cuerpo tenso, los músculos marcados por la rabia que no lograba liberar. Su escolta lo siguió sin decir palabra, sabían que cualquier mal gesto sería una provocación. Caminó hasta el centro del campamento de la manada de Fuego, donde los suyos esperaban noticias de la negociación con Tierra.—¡Nada! —rugió, lanzando su capa al suelo—. ¡Nos negaron todo! ¡Ni una semilla! ¡Ni un trozo de carne seca!El silencio se volvió denso. Nadie osó hablar. Nadie excepto Aria.—¿Qué esperabas? —dijo ella, cruzada de brazos—. Fuiste con las manos vacías y sin una estrategia. Ellos no te temen, Sebastián. Tú solías imponer respeto.Él giró hacia ella con los ojos encendidos. Su presencia siempre despertaba algo feroz en él, pero esta vez, no era deseo.—¿Me estás culpando? —gruñó.—Solo digo que fue tu error ir solo. No conoces a la manada de Tierra, no como yo.
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