32. Poderes oscuros

Tenía que arreglar la situación a como diera lugar.

—Se equivoca, me temo que tiene una idea errónea de nuestra posición en estos momentos. Nosotros no somos el enemigo —dijo con voz cortante. Y era verdad, él vivía su vida en paz. Si no había podido darles orbes de luz era por la maldición de su Diosa, y las armas salían débiles por las ramas igual de frágiles.

¿Por qué carajos parecía que todo era una especie de karma por lo que sucedió con su mate?

—Yo me remito a las pruebas, y mi gente también.

Todos asintieron a las palabras de Tauriel.

—Si no pueden darnos orbes de luz ni armas, ¿cómo podemos seguir negociando con ustedes? —le pregunto con una ceja alzada.

Pero su lobo, Zeque, no prestaba atención a la política.

«Está cerca», su voz rugía en el pecho de Sebastián.

«La siento. El alma de… la loba… ¡Dayleen!», exclamó con un jublo inexplicable. Parecía un cachorrito bailando en círculos en su interior de pura felicidad ante la idea de estar cerca de su alma gemela.
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