Capítulo 5:

Resoplé, tirando sobre la cama el vestido que me acababa de quitar.

— ¿Cómo es posible que no me quede nada bien?— me quejé.

Imité a Carla y me dejé caer en la cama dramáticamente.

Había pasado toda una semana desde la última vez que había visto a Jed. La verdad, no tenía idea de lo que ocurría, porque él jamás pasaba tanto tiempo sin que pasara por casa. No había querido preguntarle a Jace, porque se iba a burlar de mí, como siempre, y lo primero que asumí fue que no era nada grave, porque mi hermano no estaba inquieto o preocupado.

— La pregunta es: ¿cómo es posible que a mí todo me quede tan bien?— dijo Carla, mirándose en el espejo—. Vale, me gusta como se ve todo. No me puedo decidir.

— Es que la belleza es algo que se lleva en la sangre, querida Carla— suspiré.

— En la sangre sí. En la cara, a veces no— comentó Ari, señalando a nuestra mejor amiga con un movimiento de cabeza.

Sonreí ligeramente mirando a la castaña.

No sabía de qué manera, pero ya habíamos llegado hasta septiembre, y eso significaba el cumpleaños de Carla. Ella era unos meses menor que Ari y yo, pero ya por fin —aunque ella no estaba muy emocionada por eso— cumplía dieciocho.

Normalmente, ninguna hacía grandes fiestas de cumpleaños, pero ella, que ahora de repente era una gran fiestera, había organizado una en su casa. Todos los de nuestra clase iban, a parte de eso había invitado a más personas, a mi hermano, por ejemplo. Eso no me emocionaba tanto.

— Carla, basta ya. Necesito una pausa. Tengo hambre— se quejó Ari, sentándose a mi lado.

— Sí, Carla— me incorporé—. Tenemos hambre. Mucha.

Mi mejor amiga se giró y nos miró con cara de fastidio.

— Son tan flojas las dos— farfulló—. Vale, voy a quitarme el vestido y salimos a comer algo, ¿vale?— asentimos a la vez como dos niñas pequeñas.

Carla salió de la habitación y Ari resopló sonoramente.

— Bien, la loca se ha ido. Ahora dime por qué llevas días con esa cara— exigió, girándose hacia mí.

Le fruncí el ceño.

— Ari, he tenido la misma cara desde que nací— le recordé.

Perfecto, por graciosa me había ganado un buen golpe en el brazo.

— Estoy hablando en serio— reprochó.

— Yo también— aseguré.

Ella tenía razón, llevaba días de un humor horriblemente gris y demasiado apagada. Y lo peor es que ni siquiera sabía por qué.

Que complicada era la adolescencia, de verdad.

— No sé lo que pasa, Ari— admití por fin.

— Yo sí— repuso enseguida, con una sonrisa extendiéndose por sus labios.

La miré dubitativa.

— Lo que sea que crees que sabes, olvídalo— advertí—. No es eso.

— ¿Cómo lo sabes, si no te he dicho nada?— enarcó una ceja.

— Porque seguramente estás pensando en algo muy loco, que nada que ver— apostillé—. Siempre es así contigo.

La pelinegra se puso la mano en el pecho, haciéndose la ofendida.

— ¿Cómo puedes pensar eso de mí?— hizo un puchero—. Yo, que soy la voz de la razón en este grupo.

Apreté los labios para mantener mi semblante serio.

— Ari, entre Carla y tú, no se sabe quién está más demente.

Me pareció que iba a decir algo, pero la puerta se abrió y nuestra mejor amiga nos metió prisa para que nos fuéramos. Según ella, cuando se quitó el vestido se dio cuenta de también tenía hambre.

Eso no tiene nada de sentido, lo sé, pero ejasí.

Ese día no hicimos nada muy interesante. Pasamos la tarde en nuestra cafetería favorita, bebiendo café y comiendo donas hasta hartarnos. Ari y yo ayudamos a Carla a coordinar los últimos detalles para su fiesta, y después de eso, en la noche, regresé a casa.

— ¿Enana?

La voz de mi querido hermano mayor me llegó desde la cocina.

— ¿Qué?— me paré en la entrada de la estancia.

— Necesito un favor tuyo— dijo, dándole una mordida a la manzana que sostenía en una de sus manos.

Puse cara de asco.

— No volveré a fingir que soy tu novia, para espantar a las chicas que traes a casa— refuté enseguida.

Había tenido que ir más de diez veces en el último mes, a decirles a las chicas que se traía a casa que tenían que marcharse y dejar de llamar a "mi novio". Todo porque el imbécil de Jace no quería compromiso.

¿No era más sencillo decirles eso desde el inicio?

— No es eso, no te preocupes— contestó en tono serio.

Fruncí el ceño ante su respuesta.

— Vale, tú estás más raro que de costumbre— comenté.

Me esperaba una de sus para nada graciosas bromas, pero no esta seriedad.

— Es que… necesito un consejo— murmuró.

Mis ojos se abrieron desmesuradamente.

— Perdona, ¿qué?

Jace resopló sonoramente y echó la semilla de la manzana en el cubo de la b****a en una de las esquinas de la estancia. Caminó hasta la isleta y apoyó los antebrazos en el duro material.

— Necesito que me des tu opinión sobre algo— repitió.

Ok, en otra situación, me habría burlado de él, pero en su rostro sí que había mucha preocupación, así que solamente asentí con la cabeza, animándolo a continuar.

— Le quiero comprar un regalo a Carla— soltó de golpe.

Me empecé a ahogar. Sí, literalmente.

Era definitivo, mi hermano sería el responsable de mi muerte. Una horrible, por ahogamiento.

¿Acaso había escuchado bien?

— ¿Tú…? ¿Tú quieres…? ¿Carla…?— comencé a tartamudear una vez que la tos se clamó—. ¡¿QUÉ?!

Jace se puso un dedo sobre los labios y me chistó.

Perdón, pero es que esto era muy fuerte.

Y no, otra vez, no estaba teniendo una reacción exagerada.

A ver, permítanme explicarles.

Jace y Jed se han pasado más de la mitad de su existencia, molestándonos a mis amigas y a mí. Siempre nos estaban gastando bromas de mal gusto; de muy mal gusto. Pero Jace se la tenía tomada específicamente, siempre centraba sus más malvados planes en mi mejor amiga, o al menos, así era cuando éramos todos más pequeños. Cuando los años comenzaron a pasar simplemente dejaron de hacerlo, pero cada vez que se le daba la oportunidad, molestaba a Carla, ya no con bromas, sino con comentarios sobre su aspecto y ese tipo de cosas. ¿Y ahora de repente estaba demasiado ocupado comprándole regalos?

Acababa de perderme muchísimo.

— ¿P-por qué?— fue lo único que pude decir.

Jace se encogió de hombros despreocupadamente.

— No hay ninguno en particular.

Lo miré con los ojos entornados.

Oh, por supuesto que había un motivo. Y todavía más por supuesto no me diría cuál era.

— Vaaaale— apreté los labios para no sonreír.

— ¿Me vas a ayudar o no?— puso los ojos en blanco.

Crucé los brazos sobre mi pecho. Era momento de una negociación.

— ¿Y yo qué gano?— inquirí.

— No me comeré tus golosinas en lo que queda de mes— prometió, alzando la mano derecha en gesto solemne.

— Estamos a fin de mes.

Se detuvo a pensar en algo.

— Haré tus tareas— propuso entonces.

— No haces ni las tuyas, Jace— volví a rodar los ojos—. Basta, deja de estrujar la única neurona que queda viva ahí dentro— lo corté cuando tuvo la intención de seguir—. Voy a ayudarte en lo que necesites de manera desinteresada, como la genial hermana menor que soy— dije con tono de superioridad.

Mi hermano me sonrió ampliamente y salió de detrás de la isla de la cocina. Me dio un corto abrazo y me tomó por el brazo, para después arrastrarme fuera de casa, hacia su auto. Cinco minutos después estábamos aparcando el auto delante del centro comercial. Nos encaminamos hacia el interior del edificio, bueno, yo entré felizmente, con Jace siguiéndome, dudoso.

— Vale, ¿qué es lo que tienes pensado más o menos?— le pregunté cuando nos detuvimos en el centro de la planta baja.

— ¿Crees que te hubiera pedido ayuda de saber lo que debería comprar?— inquirió, alzando las cejas.

Claro que no tenía ni idea de qué comprar.

— Bueno, entonces calla y camina— ordené, yendo hacia las escaleras mecánicas que comunicaban el primer piso con el de arriba.

Me adentré en una tienda de ropa en la que habíamos estado mis amigas y yo unos días atrás. Caminé sorteando los expositores con las prendas, deteniéndome a mirar unas cuantas detenidamente, para después descartarlas. No había nada que le pudiera gustar a Carla, no era mucho de su estilo.

— Bien, así que de esta manera terminaría mi vida— escuché decir a Jace detrás de mí—. Lanzándome del segundo piso de un centro comercial.

Puse los ojos en blanco con diversión y seguí buscando.

Cinco tiendas —y tres intentos de matar a mi hermano— después, salimos del edificio con varias bolsas de compra en las manos. Siete, para ser exactos. De esas, sólo una era para Carla, las demás, todas mías.

Al final había decidido cobrarle el favorcito a Jace y hacerlo pagar por las cosas que me habían gustado, entre las cuales estaba el vestido que usaría para la fiesta.

(+++)

— …Feliz cumpleaños a tiiiiiiiiii.

Todos los que estábamos alrededor de la mesa donde estaba la enorme tarta, detrás de la que se encontraba Carla, aplaudimos y gritamos cuando terminó la canción. Mi mejor amiga se echó hacia adelante y sopló con fuerza las dieciocho velitas que llameaban frente a ella. Eso provocó que la gente vitoreara aún más.

El patio trasero de su casa había sido el lugar escogido para celebrar la fiesta de cumpleaños. La pared trasera de la casa estaba llena de pequeñas luces de navidad, que le daban un toque muy lindo al patio. Unos metros a la izquierda de la entrada, había dispuesta una mesa con un montón de bebidas de todo tipo, y algunas cosas para picar. En el fondo, unos metros delante de los árboles de la madre de Carla, había un equipo de sonido con un Dj poniendo diferentes canciones.

Después de que Carla sopló las velas, llegaron dos personas que trabajaban en la organización de la fiesta, y se llevaron la mesa, con tarta y todo.

Mi mejor amiga se acercó a donde estábamos Ari y yo, cerca de la valla que separaba su casa de la del vecino. Le dediqué una amplia sonrisa.

— Felicidades, señorita. Oficialmente dejó de ser ilegal— bromeé.

— Ahora viene lo peor— comentó Ari—. La menopausia.

— La retención de líquido.

— La inflamación en las piernas.

— La jubilación.

Carla nos observó a ambas con cara de horror.

— Ahora entiendo por qué siempre tienen esa cara de amargadas— nos señaló—. Porque ya son una señoras.

Las tres comenzamos a reír a carcajadas. Ari jaló a Carla por un brazo y la estrechó unos segundos.

— Feliz cumpleaños, bicho— le dijo después de soltarla.

La castaña le sonrió.

— Bueno, creo que tenemos que hacerlo oficial— propuse yo—. Tu primer trago como una persona adulta y madura— le tendí mi vaso.

Ni siquiera lo dudó. Se lo llevó a los labios y le dio un largo trago al licor, haciendo que mis ojos se abrieran como platos.

Yo llevaba con esa copa desde que llegué, dándole diminutos sorbitos porque el líquido me quemaba la garganta; pero ella se lo bebió como si fuera agua.

Y después dices que no eres floja.

Carla nos dejó a Ari y a mí en el mismo sitio, y se fue a saludar a unos amigos de sus padres que habían llegado, o algo parecido.

— Vale, se supone que debo callarme esto, pero no puedo más— dije, girándome hacia la pelinegra.

— Oh, no— puso cara de espanto—. ¿Qué has hecho esta vez?

Le fruncí el ceño.

— ¿Por qué supones que he hecho algo?

— No lo supongo, lo sé— aseguró—. Ahora dime, ¿a quién has matado?

Puse los ojos en blanco y me llevé el vaso a los labios. Enseguida me arrepentí cuando la garganta se me raspó por el dichoso alcohol.

— Hablas como si fuera una asesina serial— farfullé, molesta.

Ari ladeó la cabeza, pensando,

— Está bien. No eres Robert Hansen, pero estás loca como él— expresó.

— ¿Quieres saberlo o no?— pregunté, cruzando los brazos.

Mi mejor amiga asintió.

— Jace le ha comprado un regalo a Carla— dije muy bajito, intentando disimular.

De nada sirvió.

Ari soltó un grito que atrajo las miradas de la gente a nuestro alrededor, que nos observaban como si nos hubiésemos escapado del hospital psiquiátrico.

Le chisté.

— ¿Jace?— repitió, sin podérselo creer—. Tú hermano, el que tiene como hobbie llamarla monstruo, ¿ese Jace?— asentí—. Dios, ¿qué le está pasando a todos mis amigos?— murmuró para sí misma.

— Yo pensé que era una broma cuando me lo dijo— aseguré—. De hecho, no me lo creí hasta que no llegamos al centro comercial.

No estaba equivocada antes, el asunto estaba raro. Y lo que más me temía no era que Jace pudiera comenzar a portarse bien con Carla, todo lo contrario, eso me alegraba mucho, porque era una señal de que estaba madurando al fin. Lo malo de toda la cuestión era que todo esto fuera una de sus jugarretas. Conocía a Carla de toda la vida, y sabía que ella le tenía algo de aprecio a mi hermano, a pesar de que siempre se había portado como un gilipollas cuando estaba a su alrededor. Si Jace le hacía algo, lo más seguro era que la lastimara. A fin de cuentas, Carla era la más emotiva de las tres.

— Bueno, que sea lo que Dios quiera— dijo Ari después de unos segundos en silencio.

— Siempre podemos pegarle con los tacones— me encogí de hombros.

Ella comenzó a reírse y yo la imité.

Lo que mi mejor amiga no sabía era que yo sí que hablaba en serio.

Ya era tiempo de que Jace dejara de ser un crío, de todas formas.

(+++)

Usar los tacones como arma de agresión no fue necesario.

A eso de las ocho, Jace y Jed aparecieron. Mi hermano se comportó divinamente, y Carla se emocionó muchísimo cuando él le dio el regalo que habíamos escogido. Sí, al final me había ayudado, y le habíamos comprado —con su dinero— una hermosa y fina cadenita de plata, con un dije que formaba la inicial de mi mejor amiga.

Yo por mi parte no estaba para nada calmada con Jed ahí. Había acudido al whiskey de doce años que había en la improvisada barra del patio, para que me ayudara a aplacar mis nervios. Obviamente, cuando lo vi acercarse, casi me da algo.

Algo muy malo y oscuro.

— ¿Qué haces aquí tan solita, Chucky?— inquirió, deteniéndose frente a mí.

— Evitar a capullos como tú, por ejemplo— farfullé de mala gana.

Una cosa que no entendía…

Te refieres a una cosa dentro de las tantas que entra en esa lista, ¿verdad?

… era el por qué me molestaba cuando estaba cerca. Era demasiado confuso, porque cuando me pasaba tiempo sin verlo —como en los últimos días—, le echaba de menos.

— Siento que ya no me quieres— puso una mano sobre su pecho, haciéndose el herido.

— ¿Y yo cuándo te he querido?— enarqué una ceja.

Él hizo lo mismo, pero al contrario de mí, estaba sonriendo con sorna.

— Creo que sabes la respuesta a esa pregunta, pequeña Jade— repuso.

— Cierto— murmuré antes de girar la cara en la dirección contraria.

Mis ojos se toparon con un grupo de chicos que bailaban como si no hubiera un mañana.

— No es que me importe pero, ¿estás bien?— preguntó con voz suave.

¿Que si estaba bien? ¿Era en serio? 

¿De verdad pensaba que con todo lo que me había pasado en menos de dos semanas, podía estar bien?

¡Pues claro que no lo estaba! ¡Ni siquiera yo misma sabía cómo me sentía, y eso era precisamente lo que me estaba matando!

No sabía qué pensar, o qué esperar cuando estaba cerca de mí, porque era demasiado impredecible. Jed me decía una cosa en un momento, y al siguiente actuaba de una forma completamente diferente. Estaba muy confundida, y él no me estaba ayudando con ese juego estúpido de: ahora me alejo; ahora me acerco.

Bueno, al menos la parte en la que desconocía la razón por la que me molestaba cuando me hablaba, se había aclarado. Porque era justo por todo lo anterior.

Lo miré. Me observaba realmente preocupado, y eso hizo que mi ira se acrecentara aún más.

¿Ahora se preocupaba? No, gracias. Ahora se podía ir derechito al infierno.

— Tienes razón, no te importa— espeté y me fui de su lado.

Necesitaba pensar, aclarar mi mente. Y con Jed a menos de un metro de distancia se me hacía muy complicado.

Atravesé el patio y me metí en la casa. Caminé por todo el corredor que daba directamente a la puerta principal, y salía al jardín. Ahí fuera estaba todo tranquilo, solamente se escuchaba el murmullo de la música que había al otro lado.

Di varias vueltas de un lado al otro sobre el césped, mientras me pasaba las manos por el pelo.

No podía seguir así, o terminaría volviéndome loca. Pero tampoco era algo así como soplar y hacer botellas; era todavía más difícil.

Entonces una mano se aferró a mi brazo y me giró bruscamente.

— Suéltame— le exigí a Jed, tirando de mi brazo.

Me soltó.

— ¿Por qué huyes de mí, Jade?— preguntó con voz seria.

— Yo no estoy huyendo de nada— negué con la cabeza. Tomé una larga respiración, y lo dejé salir todo—. Lo que estoy es tomando mis distancias contigo, porque ya no puedo más con esto. No puedo seguir cerca de ti, pretendiendo que no me estoy muriendo por dentro cada vez que te veo. Es algo que ni yo misma me explico, porque me rompiste el corazón de la peor manera, aunque no se me note; pero a la vez, quiero ser tú amiga, o al menos al parecido a eso. Me dueles, Jed. Me dueles y me confundes. Primero me dijiste que querías que olvidara lo que pasó, que te confesé mis sentimientos, pero después llegas y te comportas de la manera más tierna del universo, y haces que mi cerebro explote— las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas—. Estoy harta de esto, de todo el tema contigo. Ya me cansé.

Jed me miró fijamente, con los labios apretados.

— ¿Y qué creías que pasaría después de decirme que me quieres, Jade?— alzó una de sus cejas—. ¿Que de repente yo también me iba a enamorar de ti y todo acabaría como un libro de Joana Marcus?

Negué una vez.

— No, pero…-

— La versión de mí que creaste en tu cabeza no es mi responsabilidad— me cortó—. Me conoces desde que naciste, te has criado conmigo, y no sabes para nada cómo soy. Yo no soy un príncipe azul, jamás lo seré, ¿y sabes qué?, tampoco me interesa serlo. Sólo soy yo, un simple humano del que siguen y siguen saliendo expectativas demasiado elevadas como para que pueda superarlas— me taladró con la mirada.

— Lo sé— aseguré.

De hecho, lo sabía muy bien.

— Entonces, ¿qué esperabas?

— ¡Yo quería que me eligieras, joder! ¿No te das cuenta?— grité, pero él no se inmutó—. Quería que no me manipularas, que no me usaras, pero sobre todo, quería que te quedaras. Sólo quería eso, porque era justo lo que yo hacía por ti.

Me detuve para secarme las lágrimas de la cara, con mucha rabia. Odiaba llorar. Y no era tanto por el dolor, sino por la frustración de no poder pegarle o algo así.

Estaba insinuando que era mi culpa el estar sufriendo así.

— Estás muy equivocado. No quería un final de libro, Jed— dije en un susurro—. Ni un final feliz, ni uno trágico. Lo que necesitaba era un cierre, y ahora mismo, lo he tenido.

Frunció un poco el ceño, sin entender qué había querido decir, pero enseguida lo entendió, cuando me di la vuelta y salí caminando hacia mi casa.

Sentía mucho irme sin decirle nada a Carla, porque era su cumpleaños a fin de cuentas, pero después la llamaría y me disculparía. Pero después de lo que acababa de decir, y de lo claro que Jed me había dejado que jamás pasaría nada, no podía volver adentro y fingir que el único chico del que había estado enamorada, me había roto el corazón olímpicamente.

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