Capítulo 4:

¿De quién fue la terrible idea de inventar la escuela?, no lo sé, pero lo maldigo cada día de mi vida.

Alguien me pinchó con algo en la espalda, haciendo que diera un respingo en mi asiento. Rápidamente miré hacia adelante para asegurarme de que la señorita Morgan no se hubiese dado cuenta.

— ¿Qué?— inquirí, girándome ligeramente.

Carla y Ari me miraron con el ceño fruncido.

— Que estás prestándole atención a todo menos a la clase, Jade— me riñó la castaña.

Sí, las cosas estaban como siempre con ella. Nada que una tarta de mi abuelo no pudiera arreglar.

— Porque esta clase es horriblemente aburrida— puse los ojos en blanco.

Dios, llevábamos media hora dando Historia, y yo quería lanzarme por una ventana. 

No, no era una gran fan de la escuela. Pero, ¿quién lo era de todas formas?

— Sí, pero de ella depende la mitad de tu nota del semestre— me recordó Ari—. Así que deja de pensar en las musarañas, por favor.

Carla esbozó una sonrisa malvada.

— Querrás decir en las Jed-sarañas— añadió.

La maté con los ojos y me volví para mirar hacia el frente, enfurruñada. Pero era cierto, estaba demasiado ocupada pensando en mi insoportable crush como para que me interesara la organización de las tropas nazis en la Segunda Guerra Mundial.

La verdad es que el resto del día pasó sin muchos acontecimientos importantes. Cuando terminó el primer período mis amigas y yo almorzamos juntas en la cafetería del instituto, después de eso nos tocaron unas clases más hasta el final del día, donde tuvimos clase gimnasia, cosa que odiaba casi tanto como peinarme.

Para cuando terminamos de dar las tres vueltas que nos indicó el entrenador al final de la clase, yo estaba toda roja y sudada. Vamos que con las pintas que llevaba, me pintaba el cabello de verde, y era una mandarina humana. Decidimos no volver a cambiarnos de ropa para regresar a casa, así que salimos de la escuela con nuestra ropa de deporte. Yo en lo personal odiaba ducharme en el instituto, con tanto payaso suelto por aquí, podían dejarme encerrada o algo así.

Nos despedimos en la entrada del instituto y ellas se fueron en la dirección en la que debía ir yo. Solamente di unos pocos pasos cuando me detuve en seco, al ver a Jed recostado en su auto, con las manos metidas en los bolsillos, y unas gafas de sol puestas.

¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Es que ahora me lo toparía en todas partes?

— Hola, Chucky— saludó, cuando seguí caminando y me acerqué a él.

— Deja de llamarme así, no me gusta— resoplé, poniéndole mala cara.

Sonrió de medio lado, pero no dijo nada. Solamente se me quedó viendo con mucha atención. 

¿Por qué tenía que cruzármelo cuando estaba vestida de la peor manera? No tenía idea, pero es que siempre era lo mismo.

— ¿Qué haces aquí?— inquirí—. No, espera, no me lo digas— lo corté cuando abrió la boca para responder—. Los de la universidad se han dado cuenta de que te escapaste del instituto, y te han echado, ¿no?— dije, mofándome.

Vamos, que si se burlaba de mí, yo también podía hacerlo.

— Ya quisieras, así podrías verme todos los días— elevó una ceja—. Pero no, te equivocas, como con muchas cosas más.

Fruncí el ceño. ¿Qué me estaba queriendo decir?

Eres tan lenta, que me extraña que entres en la categoría de Ser Con Vida Inteligente.

Ignoré a mi conciencia, y esperé a que siguiera hablando. Después de todo no había respondido a mi pregunta.

— Jace me ha pedido que venga a recogerte, porque él tiene que quedarse a hacer un proyecto en el campus— dijo al fin.

Crucé los brazos sobre mi pecho y lo miré con la cabeza ladeada, y una chispa de diversión en los ojos.

— ¿Ahora se le llama proyecto a fumar marihuana?— enarqué las cejas.

— Espera, ¿cómo…?— la pregunta lo había tomado completamente por sorpresa.

Me reí un poco. Era un hecho, Jed pensaba que era estúpida.

Yo no lo culpo.

— Jed, yo no saldré a tantas fiestas como ustedes dos, pero sé que los ojos rojos o las pupilas dilatadas, no son por leer hasta tarde— dije, guiñándole un ojo.

Sin embargo, en su rostro no había ni un rastro de diversión, todo lo contrario. Me estaba mirando como cuando me reclamó por los mensajes.

— Jade, como se te ocurra decirle algo a Evan…— replicó, señalándome con un dedo.

— Mientras no se meta nada raro, no pienso interferir, Jed— contesté enseguida—. Eso sí, como lo vea actuando de manera extraña… ya sabes cómo; pienso decírselo a mi abuelo. No me importan ni tú ni tu dedito amenazador— repuse, dándole una bofetada en la mano.

Me miró por unos segundos más hasta que por fin, asintió, de acuerdo con lo que había dicho. No dijo nada más, solo rodeó el coche dando largas zancadas, y se subió en el lado del copiloto. Una vez que lo perdí de vista me acerqué al vehículo también, solté un suspiro mientras abría la puerta del lado contrario, y me sentaba en el interior del auto.

Jed arrancó sin decir nada aún en ese momento. Lo único que nos acompañaba era la suave melodía que salía por la radio, la cual era de la canción "Grenade", de Bruno Mars.

Ironías de la vida.

Casi todo el trayecto hasta mi casa fue en silencio. Yo miraba por la ventanilla las casas moviéndose a toda velocidad, y el paisaje de la ciudad, en general.

— He intentado convencerlo de que lo deje, ¿sabes?— dijo entonces, poniéndole fin al silencio.

Fruncí el ceño y miré en su dirección. Jed no apartó la vista de la carretera un solo instante, pero supo que no entendía a qué se refería.

— Hablo de Jace— añadió—. He pasado tiempo hablando con él de todas las maneras posibles para que deje de consumir esa m****a, pero no me escucha— resopló.

— Tal vez si lo dejaras tú también se animaría— comenté.

Jed giró el rostro hacia mí por unos segundos y entornó los ojos.

— Sé que tú también lo haces, Jed— informé.

Pude notar que sus manos se aferraban con más fuerza al volante, haciendo que sus nudillos se pusieran blancos.

— Lo hacía— dijo, después de uno segundos en los que nos callamos.

— ¿Qué?— mi boca se abrió por la sorpresa.

— Que ya lo he dejado, o bueno, lo estoy intentando— repitió.

Vaya, sí que había estado ocupada teniendo crisis existenciales en estos días. Tanto, que sólo en ese momento, cuando me lo dijo, fue que caí en la cuenta de que era verdad. Llevaba varios días normal, y de en serio no me había fijado en eso.

Un sentimiento de algo muy parecido al orgullo me recorrió en ese momento. Era algo bueno, porque eso significaba que estaba comenzando a dejar de importarme. Al final eso que decía el abuelo de que, nada es imposible si te lo propones, era verdad.

— Pues, me alegro por ti, en serio— dije honestamente.

Estiré un poco la mano y la puse sobre su brazo para darle un pequeño apretón. Enseguida, el contacto se sintió como si quemara, pero no la aparté de golpe, ni siquiera cuando noté que sus músculos se tensaban.

— No es la gran cosa— replicó, restándole importancia.

— Ya lo que creo que lo es— espeté, dedicándole una sonrisa cálida.

Antes de que me diera cuenta, ya Jed estaba aparcando delante de mi casa. 

— Gracias por traerme— dije, mientras me estiraba para coger mi mochila del asiento trasero.

— No hay problema— fue lo único que dijo, sin mirarme, además.

Por unos segundos, esperé para ver si me decía algo más, pero no articuló otra palabra, así que tomé eso como mi señal para salir de ahí.

— Adiós— me despedí, al salir dela auto, antes de cerrar la puerta.

Me metí en casa, mientras escuchaba que su auto se alejaba. Tiré la mochila en el sofá de la sala, mirando en todas las direcciones.

— ¡Abuelo, ya estoy en casa!

Nada.

— ¿Abuelo?— fui hasta la cocina, pero tampoco estaba.

Solté un bufido. Otra vez estaba sola en la casa, y por primera vez, por alguna razón que desconocía, no quería estarlo.

(+++)

No tuve clase al día siguiente porque… —redoble de tambores—.

¡Se habían derramado unas sustancias raras en el laboratorio de Química!

Digo; —tono triste—, se habían derramado unas sustancias raras en el laboratorio de Química.

Que tristeza.

Oh, que depresión.

Eso era definitivamente a lo que yo le llamaba un buen inicio de semana. Sólo habíamos ido un día, y teníamos los tres que seguían, libres. Necesitaban ese tiempo para asegurarse de que el aire se limpiara completamente.

Como sea, el punto es que no tenía que hacer ningún proyecto, ni nada en casa tampoco. Mi abuelo había ido al centro a pasar el día en la tienda del tío Tom —que era hermano de mi madre—, y Jace estaba durmiendo plácidamente en su habitación.

Fui y abrí un poco su puerta para asegurarme de que siguiera dormido, antes de bajar las escaleras y salir de la casa. Antes, dejé una nota pegada en la nevera, diciendo que saldría un rato.

Caminé con paso lento por el vecindario. No eran más de las nueve de la mañana, así que el sol aún no estaba demasiado fuerte. Fui directamente hacia la parte sur de la ciudad, y a diez cuadras más allá de mi casa —me encantaba caminar—. Cuando llegué a mi destino, entré, pasando las enormes rejas del cementerio de la ciudad.

Sorteé algunas de las tumbas y me detuve frente a una que yo conocía demasiado bien. Me agaché un poco, y sacudí las hojas secas que habían caído de los árboles y que cubrían la lápida.

Ahí estaba mi madre. Suspiré sonoramente, y me senté sobre el césped, frente a la tumba.

Ya habían pasado más de cinco años desde que había muerto en ese accidente de coche, y todavía yo tenía momentos en los que la buscaba inconscientemente por la casa. Era demasiado difícil superar el hecho de que ella no estuviera más. Aún así, cuando sentía que necesitaba hablar con alguien, siempre iba al cementerio y pasaba horas contándole todo lo que estaba pasando en mi vida.

— Hola, mamá— sonreí con cierta tristeza—. Adivina quién ha tenido la suerte de que la profesora loca llenara el aire de gas tóxico. Exacto, yo— solté una carcajada—. Sí, ya sé que no debería estar feliz por eso, pero sabes que no me gusta para nada la escuela.

Oh, sí. Ese siempre era nuestro tema de conversación, bueno, nuestro tema para que ella me regañara por ser un desastre, mejor dicho.

— Las cosas se han complicado, mamá— mis hombros cayeron—. Y no quiero prestarle mucha atención a eso, pero es que no puedo dejar de darle vueltas al asunto día y noche— arranqué un puñado de césped y me puse a jugar con las hojas mientras seguía hablando—. Jed ya sabe que estoy enamorada de él, pero no porque sea muy listo, sino porque yo misma se lo conté la otra noche, borracha.

'Pensé que después de que lo supiera iba a alejarse, pero ha sido todo lo contrario. No sé si es que disfruta ver cómo me pongo nerviosa cuando está cerca, o qué sé yo, pero, hemos hablado más en los tres días que han pasado después de eso, que en diez años. Si eso no es algo demasiado extraño, que baje Dios y lo vea.'

Me detuve un momento para tomar aire, y para organizar mis ideas también.

No tenía idea de lo que realmente quería decir, porque llegados a este punto, dentro de mí lo único que había era una revolución de sentimientos, que no lograba organizar.

— Bueno, el punto es que no sé qué pensar, mamá— admití al fin—. Todo se está saliendo de control, y no sé qué esperar de Jed. No es mentira eso que me dijo Carla, tengo miedo de que esto se haya convertido en algo real, porque recién me doy cuenta de que no es una estupidez; siento muchas cosas muy fuertes— dije, con la cabeza gacha.

Por fin lo admitía en voz alta, cosa que nunca había hecho por la misma razón de siempre: miedo, el puto miedo que no me dejaba dormir.

Estuve un rato más sentada frente a la tumba de mi madre, hablando de todo lo demás. Caminé de regreso a casa, sintiéndome un poco más ligera después de haber sacado todo eso. 

Estaba a una cuadra de distancia cuando un auto se detuvo a mi lado. Mi respiración se aceleró enseguida cuando vi que se trataba de Jed.

¿Ven que no es una exageración mía? ¡Me lo encontraba diario! Y ya me estaba empezando a tocar la moral porque, ¿cómo demonios lo superaría, si tenía su hermoso rostro cerca de mí todo el rato?

Bajó la ventanilla y me observó. Yo seguí caminando sin hacerle caso, pero él siguió conduciendo lentamente a mi lado.

— Jade— llamó.

No me detuve.

— Vale, sí, eso es muy maduro— comentó con sarcasmo.

Puse los ojos en blanco y me paré en seco. Me giré hacia el auto con molestia.

Pero, ¿y ahora por qué estaba molesta? O me estaba volviendo bipolar, o mi período estaba cerca. Una de dos.

— ¿Qué, Jed?

Alzó las cejas en señal de sorpresa.

— Buen día para ti también, Chucky— ironizó—. Y después no quieres que te llame así. Con el mal genio que te cargas— murmuró.

— ¿Qué quieres?— me crucé de brazos.

— ¿Quieres que te lleve?— ignoró mi pregunta, sonriendo como un pequeño angelito.

— No— contesté con sequedad y seguí caminando.

Él se encogió de hombros y aceleró, calle arriba. Pude ver que detenía el coche en la entrada de mi casa, cosa que me hizo volver a rodar los ojos.

— Podrías haber llegado antes— comentó cuando le pasé por al lado para entrar en casa.

Dejé la puerta abierta cuando lo escuché caminar detrás de mí. Segundos después escuché que esta se cerraba.

Me senté en el sofá y encendí la televisión. Vi de reojo que se sentaba a mi lado.

Oh, perfecto, se había levantado con ganas de molestarme.

— ¿Estás enojada?— preguntó.

— No.

— ¿Tienes la regla entonces?

— No.

— ¿Por qué tienes esa cara?— siguió.

Cerré los ojos un momento y me giré hacia él, fulminándolo con la mirada.

— Jed, que sea una persona a favor de la paz, no quiere decir que no te pueda acariciar la cara con una silla— espeté—. No me tientes.

El castaño levantó las manos a los lados de su cabeza en señal de rendición.

— Dios, que carácter— farfulló, pero al menos me dejó en paz.

Volví a mirar el programa en la tele, pero, ¿a quién quiero engañar? No me concentré en la pantalla, aunque pretendí que sí. Ni siquiera sé de qué trataba lo que estaba viendo.

En ese momento vi un movimiento en la ventana de la pared detrás del mueble con el televisor.

¡Una rana enorme acababa de entrar en la sala!

Iugh, iugh.

Asco, asco.

Bueno, eso, y…

¡TERROR! ¡TERROR!

No lo pensé dos veces cuando me abalancé hacia la derecha, encima de Jed específicamente.

— ¿Qué pasa? ¿Qué tienes?— preguntó apresuradamente, mirando en todas las direcciones.

— Una rana, ¡UNA RANA!— grité, completamente aterrada.

— ¡YA OÍ! ¡YA OÍ!

Miré fijamente el reptil, y puedo jurar que me estaba mirando con odio. Esos bichos me odiaban, pero bueno, el consuelo que me quedaba era que al menos el sentimiento era mutuo.

— O sea, que casi me revientas un tímpano por un bicho que no te va a hacer nada, ¿estoy en lo correcto?— inquirió, molesto.

— Ajá— ni siquiera le estaba prestando atención—. Sí a todo.

— ¿A todo?— lo miré alzar una ceja.

Solo en ese momento fue me di cuenta de la posición en la que estábamos. Yo estaba sobre él, abrazada a su cuello, y Jed estaba completamente acostado en el sofá, con sus manos en mis caderas. Enseguida mis mejillas se encendieron.

— Creo que no deberías generalizar tanto, Chucky— continuó pinchándome.

— Deja de llamarme así, y saca a ese bicho de aquí— le dije con voz seria e intenté levantarme.

Sus manos se aferraron aún más a mis caderas, impidiéndome moverme.

— Jed, esa cosa da dos saltos y estás encima de mí— miré a la rana, la cual seguía en el mismo lugar—. Así que, sé bueno y déjame correr por mi vida— dije, haciendo otro intento para ponerme de pie.

Otra vez, me lo impidió.

— No te preocupes, Chucky— dijo, sonriendo con diversión—. Yo te protegeré de todas las ranas del mundo— añadió.

De cierto modo, la forma en la que dijo eso, hizo que se me revolviera el estómago —de la buena manera, claro—. Me olvidé de la rana, me olvidé de que estábamos en la sala y que en cualquier momento podía entrar. Todo dejó de importar cuando lo miré, y sus ojos se detuvieron sobre los míos.

Me parece que incluso dejé de respirar cuando sus ojos bajaron hasta mis labios.

¡AAAAAHHHH! ¡ESTO SE VA A DESCONTROLAR! ¡AAAAAAHHHHH!

— ¡Cariño, estoy en casa!

Carla y Ari entraron en ese momento, con la castaña gritando como loca. Hasta los vecinos se deben de haber enterado de que habían entrado.

Otra vez, ¡malditos seguros viejos que fallan!

El pánico se apoderó de mi pobre alma.

Levanté la cabeza para mirarlas por encima del espaldar del sofá, todavía con Jed debajo de mí, quien me observaba con el ceño fruncido.

— ¿Qué haces?— preguntó, levantando la cabeza el también.

Se la volví a bajar de golpe, poniendo mi mano sobre su frente. Se quejó por lo bajo, pero enseguida su rostro se tornó divertido cuando vio mi cara de pánico.

Mis amigas miraban la escena con cara de póquer, totalmente shockeadas.

Dios, ¿por qué me pasaban estas cosas a mí?

— Hola— las saludé, con una sonrisa nerviosa en los labios.

— Hola— dijo Carla con voz neutral, demasiado sorprendida todavía.

— ¿Qué hay?— apostilló Ari a su lado, moviendo la mano en forma de saludo.

Esto es incómodo.

¿Tú crees?

— Bueno… hum… Jed, yo… esto… gracias por la ayuda— balbuceé, quitándome de encima suyo.

Ahora ya no me detienes, ¿no?

Me pasé las manos por la blusa para eliminar unas arrugas inexistentes. Jed se quedó acostado, observándome, en una pose relajada, con un brazo detrás de la cabeza.

— Cuando quieras, Chucky— respondió con sorna.

No le pegues por burlarse.

No le pegues por burlarse.

— Pues eso— me aclaré la garganta—. Acuérdate de sacar al bicho ese— señalé hacia el rincón.

Jed asintió y yo me apresuré a ir hasta la escalera. Les eché una mirada a mis amigas para que me siguieran, y eso hicieron. Cuando llegamos al piso de arriba, las dos abrieron la boca para decir algo, ambas al mismo tiempo.

Las señalé de manera amenazadora.

— A la que haga algún comentario, la lanzo por las escaleras— advertí, y cerraron la boca de golpe.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo