¿Cómo se atrevió? Esa maldita rata…
Estoy sentada junto a Laia después de una cirugía devastadora. Le destrozaron la vagina. No hubo tiempo para pensar, ni para dudar. Costara lo que costara, pagué el procedimiento. Había un fajo de dinero tirado en mi habitación cuando entré… No me queda duda: Dori estuvo allí, y no estuvo sola.
Intentaron impedirme la entrada por lo tarde que era, pero no podía marcharme. No iba a dormir como si nada hubiera pasado. Todo esto es mi culpa. Si hubiera estado en casa, esto nunca habría ocurrido.
—Lo lamento tanto, Laia… —murmuro con la voz rota mientras seco mis lágrimas y la observo. Sus párpados hinchados permanecen cerrados, ajenos al infierno que ha comenzado—. Te juro que me lo van a pagar.
Le beso la frente antes de salir. Solo me dieron cinco minutos para estar con ella.
Camino por el pasillo como si el aire me faltara. Tengo tantas ganas de gritar, de romper algo. Esa desgracia debió caer sobre mí, no sobre ella. Entonces siento los brazos de Ma