Después del adiós
Una chica que conocía a mi esposo desde que eran niños, fue diagnosticada con una enfermedad terminal.
Para que no se fuera de este mundo con arrepentimientos y pudiera sentir lo que era el cariño de una familia, mi esposo, Bruno, le dio mi collar, y se olvidó por completo de mi cumpleaños…
Hasta nuestro hijo, la llamaba “mamá” cuando yo no estaba presente.
Un día, Bruno me dijo:
—Malena, Sara va a morirse, déjala ser feliz esta vez.
Cada vez que intentaba pedirle a Bruno un poco de su tiempo o de su cariño, Gael, nuestro hijo, siempre trataba de defender a su papá y a Sara.
—Mamá, ¿te acuerdas que me dijiste que debemos ser generosos? Sarita ya se va a morir, ¿por qué siempre tienes que ir en contra de ella?
Con el tiempo, dejé de pedir cualquier cosa.
Una noche, escuché a escondidas cómo mi hijo, que recién volvía del hospital, le decía en voz baja a su papá:
—¡Sarita es tan buena y elegante! ¡Ojalá mamá fuera como ella!
Bruno sonrió y, con cariño, le apartó el cabello de la cara a Gael.
—Tu mamá quizá sea un poco estricta, pero es por tu bien. Si te gusta tanto Sarita, ¿qué tal si la hacemos tu madrina?
Ahí entendí que ni siquiera mi hijo me quería.
Bajé con nostalgia la mirada, cerré despacio la puerta del dormitorio y fingí que no había escuchado nada.
Si ni el padre ni el hijo me quieren en la familia… entonces me iré en silencio.
Los dejaré ser felices juntos.