NARRADO POR KARINA
El auto avanzaba lento, como si también sintiera la carga de lo que no podíamos decirnos.
Dante conducía con las manos tensas sobre el volante. No me miraba. No desde que salimos de la gala.
Y yo no me atrevía a escribirle nada.
El vestido me pesaba, el cuerpo me dolía. Y la garganta…
La garganta era un nudo que ardía, no por falta de voz, sino por el esfuerzo de contenerme.
No lloré, no frente a él.
Pero mi mirada estaba perdida en la ventana, como si el reflejo de la ciudad de noche pudiera darme las respuestas que no encontraba en mí.
—¿Te hizo daño? —preguntó Dante de pronto.
Tardé en girar la cabeza, pero lo hice. Y negué muy lento.
No, no me había hecho daño, o físicamente. Pero sí.
Todo él era una herida que no cerraba.
Dante apretó los labios y sacudió la cabeza con rabia.
—No debiste bailar con él —murmuró. Su voz tenía ese tono contenido, como cuando uno está intentando ser adulto pero el corazón lo empuja al borde.
Busqué el celular.
“No era un baile. Era