El desayuno había terminado, pero nadie quería levantarse de la mesa. Entre los restos de panecillos, copas de jugo a medio beber y servilletas arrugadas, el ambiente seguía impregnado de alegría.
Vanessa, radiante con su vestido sencillo pero elegante, acariciaba su vientre con ternura mientras Fabio la miraba como si el mundo entero se redujera a ella. Karina todavía giraba la mano para observar el anillo, incrédula, mientras Rayan no dejaba de presumir su ocurrencia de la “malteada”.
Isabella, sentada al lado de Sebastián, intentaba pasar desapercibida, pero cada tanto recibía miradas traviesas de sus familiares y amigos.
—Bueno —dijo finalmente Fabio, rompiendo el murmullo—, ahora que hay dos compromisos en la mesa… ¿qué hacemos?
Vanessa lo miró divertida.
—¿Cómo que qué hacemos? Pues organizar bodas.
—¿Al mismo tiempo? —preguntó Rayan, alzando las cejas.
Karina se atragantó con un sorbo de café y tosió.
—¡Ni lo sueñes! Yo quiero algo especial, no quiero que mi boda parezc