El avión descendió suavemente sobre la pista de Ciudad Segovia. Isabella y Sebastián, aun con la adrenalina del aviso urgente, no tenían idea de lo que les esperaba. Dario Jiménez e Isaac Mendoza los recibieron con expresión seria, pero hubo un brillo de complicidad en sus ojos que Isabella no pudo descifrar.
—Bienvenidos —dijo Dario con voz neutral—. Todo está preparado para ustedes. Solo sigan nuestras indicaciones.
—¿A un hotel? —preguntó Isabella, frunciendo el ceño—. No teníamos planeado quedarnos aquí…
—Confíen en nosotros —intervino Isaac—. Todo tiene un propósito.
Sin tiempo para cuestionar, ambos fueron escoltados hasta un lujoso hotel del centro. Las habitaciones eran amplias, con vistas a la ciudad iluminada por los últimos rayos del atardecer. En silencio, los asistentes les indicaron que se cambiarán.
—Solo pónganse esto —dijo Dario, dejando un elegante atuendo sobre la cama—. No pregunten por ahora.
Sebastián y Isabella intercambiaron una mirada incrédula, pero dec