Había pasado una semana desde el regreso de la misión en Europa. El eco de la infiltración y la caída definitiva de las organizaciones aún resonaba en los titulares de todo el mundo, pero en la mansión Fernández, la vida parecía encontrar un nuevo ritmo. La seguridad aún era estricta, claro, pero ahora se respiraba un aire de calma diferente: un silencio doméstico lleno de conversaciones, aromas de cocina y risas dispersas.
El comedor principal había vuelto a ser escenario de reuniones cotidianas. Esa noche, la mesa estaba larga y vestida con flores blancas. Sienna había insistido en cocinar junto con la abuela Elisa, rescatando recetas antiguas de la familia. Elías, por su parte, ayudaba a servir, mientras se peleaba en broma con Rayan y Fabio sobre quién cortaba mejor el pan.
—Si lo sigues rebanando así, nadie va a querer probarlo —rió Karina, dándole un codazo a Rayan.
Vanessa y Fabio se sonrojaron cuando todos notaron que se habían sentado demasiado juntos, sus manos casi rozán