Mundo ficciónIniciar sesiónLlego a casa de mis tíos, mis hermanas están contentas porque pasarán tiempo de chicas con sus primas. Aunque son mayores, siguen disfrutando de esos momentos.
A veces pienso que las mujeres de esta familia son afortunadas, porque ninguna siente la presión por suceder a nuestros padres, esa tarea ha recaído en las manos de los varones, los primogénitos mayormente.
Tanto Alex, Agustín y yo estamos bajo la presión de continuar el legado que nuestros bisabuelos, estudiamos para eso, porque desde pequeños se nos mostró las ventajas de hacerlo.
Me estaciono frente a la puerta y Francesca sale corriendo hacia nosotros.
—¡Noche de pijamas!
—¡Sí! —gritan mis hermanas.
Entran abrazadas, Francesca les cuenta que Enya está a punto de llegar, mientras yo cargo con las mochilas y las sigo hasta la zona de la sala de estar en el segundo piso, frente a la biblioteca. Pía viene bajando, con el teléfono en su oreja, el ceño fruncido y escuchando atentamente a su interlocutor.
Al verme sonríe, se acerca y me obliga a inclinarme para darme un sonoro beso en la mejilla, me toma de la mano y me lleva a las escaleras hacia el primer piso. Le hago un gesto para que me espere, le dejo las mochilas mis hermanas y la sigo, vuelve a darme la mano y tira de mí, para poner su brazo alrededor de mi cintura.
—Florencia, creo que puedo solucionar eso… sería el próximo fin de semana, ¿cierto? Deja que hable con mis padres, tenemos una casa en Cartagena, sería mejor que acampar —hace un bufido y me río, se ve tan linda cuando hace—. Puedo con eso, niña, pero un dolor de espalda no es lo que queremos días antes del recital, ¿no crees? Bien, te llamo en un rato.
Cuelga y seguimos caminando hacia la cocina, me separo de ella y me pone mala cara.
—¿Qué? Es seguro que vas a pelear con tus padres y cuando me tienes cerca, me pellizcas… no quiero tus marcas por mi cuerpo.
—No te pellizco tan fuerte —me dice de manera tan inocente que me desarma.
—Pía, cariño… la última vez tuve que usar pomada, porque me dolía como los mil demonios.
Me hace su sonrisa inocente y no me queda más que abrazarla, porque es obvio que pedirá algo que sus padres no cederán de inmediato.
—¡Ángello, cariño! —mi tía Pía se acerca y me obliga a bajar para que me dé un beso en cada mejilla—. Llegas justo a tiempo para comer unas ricas galletas.
—Son las que me gustan —saco dos y le ofrezco una a Pía, que me pone mala cara porque no puede comer, me encojo de hombros y me quedo con las dos.
—Hija, siempre has sido delgada, no deberías preocuparte por lo que comes.
—Sí debo, porque no me gustaría terminar en el piso porque mi compañero no pudo levantarme.
—Si un hombre te deja caer, le parto la cara —dice mi tío Alex, saliendo de la despensa con un frasco de mermelada de fresa, mi tía lo mira feo.
—Hombres… tan brutos, queriendo siempre arreglar todo con golpes, menos mal que tú no eres así, mi niño —dice mi tía.
Pía se ríe, seguro recordando el incidente del otro día, cuando casi le parto la cara a su acosador.
—Pía, habla ya, tienes cara de pedir algo y no te sueltas de Ángello, siempre lo usas de escudo —Pía se tensa por las palabras de mi tío, mientras yo hago el esfuerzo de no reír.
—Los chicos quieren ir a acampar a la playa, pero yo no quiero dormir en el suelo, entonces pensaba que podrían prestarme la casa…
—No, definitivamente no —dice mi tío—. No tienes permiso ni para acampar ni para ir ninguna parte sola.
—Papá, yo no soy una niña.
—Solo tienes dieciocho años, no es que seas una adulta en toda regla.
—Pero, padre, por favor. Es para desestresarnos de todo esto de los ensayos, se nos acerca el recital y…
—Ya me oíste —siente sus dedos por mis costillas y luego el dolor—. Sola no vas a ninguna parte.
—Por favor… mamá, di algo.
—Estoy de acuerdo con tu padre, no estás en edad de irte con amigos que apenas conocemos y sin alguien de tu familia que te cuide, la respuesta es no.
—¿Entonces voy a necesitar chaperón? ¿Hasta cuándo me harán quedar como una niña? O sea, la confianza del auto es una mera ilusión…
—Tu auto tiene GPS —le dice mi tío untando una galleta en mermelada—. Ante cualquier duda, puedo revisar tus movimientos y velocidades, así que no tanta confianza, hija mía.
—¡Ay! —grito cuando ella me pellizca demasiado fuerte, incluso por sobre la ropa.
—Pía —dice mi tía, quitándole la galleta con mermelada a mi tío y dándole una mordida, mi tío se queda mirándola unos segundos, se encoge de hombros y saca otra—. La única manera que vayas a ese paseo, es con un adulto responsable.
—¿Y si en lugar de un adulto responsable, fuera un joven?
—Perfecto, irás con Alex… —dice mi tía.
—En ese caso mejor no voy, Alex no dejará ni siquiera que ponga música.
—Que vaya Ángello —dice mi tío, untando otra galleta, que mi tía le quita—. Ustedes dos se llevan bien y estoy seguro de que no te apagará la música.
—Ángello, ¿tú podrías ir con ella? —pregunta mi tía con su sonrisa conciliadora.
—Tendría que hablar con mis padres, ya saben que no puedo decidir algo así sin consultar.
—Yo me encargo de mi tío —dice mi tío Alex.
Es una burrada, somos primos, pero jamás pude tratarlo como tal, qué puedo decir, nos llevamos por muchos años de diferencia.
—Si es así, entonces si voy.
—Perfecto, enviaré a alguien para que limpie y prepare la casa —dice mi tía.
—Eso sí, Ángello dormirá contigo —dice mi tío y siento a Pía algo incómoda—, usen nuestra habitación, que es amplia y tiene un sofá cama bastante cómodo. No quiero que se te desaten las hormonas con alguno de tus compañeros. Ahora, vayan a su fiesta, antes de que cambie de opinión.
Ella corre a abrazarlos y a besarlos, luego me toma de la mano, llevándome hasta mi auto.
—Gracias, no sé cómo agradecerte esto —me dice cuando la ayudo a subir—. Sé que tienes cosas que hacer, que tenías otros planes para tu receso.
—Por ti puedo hacer excepciones, tampoco me gustaba mucho la idea que te fueras con tus compañeros sola… ¿Esteban irá?
—Sí.
—Ahora voy con mayores motivos —le coloco el cinturón y pone los ojos en blanco.
—No soy una niña.
—Pero para mí sí, eres mi niña y no quiero que te pase nada malo, ahora vamos a esa fiesta.
Cierro su puerta y rodeo el auto, pensando de dónde ha salido eso de «eres ni niña».
Puede que sí, porque la verdad me muero de unos celos terribles de pensar que ella pueda estar con alguien más, que otro la trate bien y se la lleve de mi lado. Ninguno ha tenido una vida amorosa, porque no es lo que hemos buscado, al menos yo no. Porque debo reconocer que estar con ella para mí es suficiente.
Me doy cuenta de que he iniciado el recorrido sin preguntarle a dónde vamos, pero tampoco es necesario, porque ella ya ha ingresado los datos en el GPS. Coloca música, una bastante lenta y romántica, donde un hombre canta acerca de un amor prohibido. Ella pone la letra en la pantalla del auto y comienza a cantar como si fuera su canción.
Pero si no es de ella, es mía, porque me ha llegado un golpe mental, brutal, directo al corazón e irrevocable… estoy enamorado de mi prima, y me iré al infierno por eso.







