Me remuevo incómodo en el traje de pingüino, pero aquí estoy, apoyando a mi primo, en el día de su matrimonio con la mujer que ama, aquella que le robó el corazón no solo a él, sino que a toda la familia.
Aurora empezó con algunos tropezones, producto del pasado de su padre, pero se ganó el respeto de todos. Enya, que es bastante joven a mi percepción, me dijo ayer por la tarde que ella hubiese denunciado a Lorenzo y cancelado la boda con Alex, porque ni de chiste se casaría con la réplica del hombre que intentó abusarla.
Los declaran marido y mujer, sonrío a más no poder, siento una alegría tan grande que es como si me hubiese casado yo.
Sin pensarlo mucho, se me sale un suspiro, lo que no me esperaba es que mi hermano y mis primos me escucharían.
—Ay, suspira de nuevo —me dice Cian poniendo las manos en su mentón y batiendo las pestañas—. Es que te salió tan bonito.
—Déjalo, ¿no ves que se enamoró? —dice José—. Ha de estar pensando en su mujer.
—¡Ya déjenme, yo no tengo mujer! —les