Ardiendo en ti. Capítulo 10: Encaje blanco
Unos toques de mi puerta me despiertan, veo la hora en mi teléfono y me doy cuenta de que me quedé dormido. Salgo de la cama de un tirón, busco algo qué ponerme, porque no puedo eliminar esa costumbre de dormir desnudo, salgo al pasillo y veo a mi tía sonriendo malévola.
—Para no haber tenido acción anoche, te quedaste dormido de todas maneras —me dice caminando hacia la cocina y yo la sigo aún adormilado.
—Tía, no es lo que piensas… —me rasco la cabeza en señal de frustración—. Esa chica terminó siendo un demonio.
—Pero bien te hubieras ido al infierno con ella —se acerca a la barra y me da una taza de chocolate caliente—. La pregunta es, ¿por qué no debo contarle a tu madre sobre el incidente con la loca de los McCain? —abro muchos los ojos ante su pregunta y la forma de referirse a los anfitriones de anoche.
—Tía…
—¿Te sorprende mi pregunta? —me dice adivinando mis pensamientos—. Agustín, cuando una es madre, activa algo así como un sexto sentido para pillar mentiras, secretos y co