—Esto sabe a mier…
—¡Estrella! —exclamó Alexander tan alto que la rubia se estremeció y le miró casi aterrada para terminar por llorar—. Ay, perdón, amor, no te quería asustar, pero sabes que me molesta mucho cuando dices cosas desagradables.
—Pero a eso sabe —excusó la mencionada intentando descifrar cómo apagar la tristeza que le hacía llorar, esa que se desató simplemente por ser llamada en una forma casi ruda, porque lo de su padre no alcanzó siquiera a ser un grito—. Debí elegir de agua en lugar de un vegano. Sabe horrible.
—¿Ves? —cuestionó el hombre que conducía de regreso, con su hija al lado, tras comprar el café que le habían encargado y un helado vegano para su hija, porque se negó a uno de agua—, pudiste decir horrible desde el inicio y no estarías llorando.
La rubia no dijo nada, se recargó bien a su asiento, miró por dos segundos por la ventana y luego cerró los ojos mientras respiraba profundo, entonces pidió apresurada a su padre que detuviera el auto, y corrió a un ja