Andrew se estiró entre las sábanas cuando la luz de la mañana bañó la habitación. Se sentía gloriosamente descansado tras una noche única como la que había tenido: había hecho el amor con Valery varias veces, y aunque su cuerpo estaba algo agotado, su ánimo estaba en las nubes.
Con los ojos todavía cerrados, extendió su brazo para acariciar a su esposa, pero se sorprendió al encontrar la cama vacía. A su lado estaban las sábanas frías y se temió lo peor.
De un salto se puso de pie y la buscó por todas partes creyendo que ella se había marchado.
—¡Valery! —la llamó desde la sala.
—Estoy aquí —su voz apagada se escuchó desde el baño y él corrió desnudo hasta encontrarla.
Su angustia desapareció para dar lugar a la preocupación. En el suelo de manera, envuelta en su camisa y con el pelo alborotado, estaba ella junto al inodoro.
Su rostro estaba pálido y evidentemente había vomitado.
—¿Qué haces ahí, pequeña? —se agachó a su lado para acariciar su frente.
—Anoche desperté a buscar algo de