El salón de la casa de sus padres parecía haberse congelado en el tiempo, como un diorama perfecto de disfuncionalidad familiar. La acusación de la madre de Olivia, cargada de veneno y parcialidad, colgaba en el aire como un gas tóxico. Pero Olivia no se inmutó. No hubo un parpadeo, ni un temblor en los labios, ni el más mínimo destello de dolor en sus ojos. Había cruzado un umbral emocional; la fuente del dolor materno se había secado por completo, dejando atrás solo el frío y duro lecho de roca de la determinación. Responder a esa provocación sería como discutir con una estatua: un ejercicio inútil.
En lugar de dirigirse a su madre, giró lentamente sobre sus talones hasta que su mirada, fría como el acero y cargada de una autoridad que no había poseído antes, se clavó directamente en Beatriz. La "víctima" aún estaba sentada en el sofá, pero su postura había cambiado ligeramente; la falsa sumisión estaba teñida de una alerta tensa.
—Beatriz. —La voz de Olivia era plana, sin emoción,