La mañana siguiente encontró a Olivia y Lion desayunando en la amplia terraza de su residencia. La luz del sol se filtraba a través de las enredaderas en los gloriosos ventanales, pintando patrones dorados sobre el mantel de lino. La tensión del día anterior había dado paso a una calma resuelta en Olivia. Mientras untaba mermelada sobre una tostada, anunció con una serenidad que no dejaba lugar a dudas:
—Iré a casa de mis padres hoy. —Habló claro, sin dobles intenciones o atisbos negativos.
Lion, que revisaba algunos documentos en su tableta con los movimientos del mercado matutino, alzó la vista. Sus ojos, aun con el eco de la posesión de la noche anterior, se endurecieron ligeramente.
—Cancelaré mis reuniones de hoy. Iré contigo. —Declaró, sin preguntar. Era una afirmación, no una oferta. Su presencia sería un escudo, una declaración de guerra en sí misma.
Olivia, sin embargo, negó con la cabeza con suavidad, pero a la vez con firmeza.
—No. Iré sola. —Su mirada se encontró con la de