Al entrar en casa, cerré la puerta y por unos pocos segundos me quedé con la frente pegada en la fría madera de esta, inspirando hondo y exhalando con ahogo, queriendo infundirme ánimos para lo que estaba por venir. Cuando estuve lista me di la vuelta y observé todo mi alrededor, como queriendo recordar los buenos momentos que viví dentro de esa enorme propiedad, pero, la verdad es que no tenía nada que quisiera rememorar, todo allí habían sido silencios incómodos, carencias de atención, frialdad… Quizá hubo algunas risas, pero ninguna había sido lo bastante fuerte.
—¿Caleb? —Llamé alzando la voz, con la esperanza de que ya hubiese vuelto. Pero no recibí respuesta.
Esbozo una sonrisa que mezclaba amargura y cinismo, al tiempo en que tanteo en mi bolsillo y saco mi celular para llamarlo con la esperanza de que regresara para poder hablar con él sobre la importante decisión que he tomado. Aunque no fuera necesario, quería terminar mi matrimonio de la manera más formal posible, cara a cara con él, como debe ser. Sin embargo, después de tanto sonar, atendió el teléfono.
—Caleb, ¿Puedes venir a casa? Necesito que hablemos de algo importante. —Anuncié con firmeza.
—Qué descaro tienes al llamarme luego de lo que hiciste, Allison se quemó por tu culpa. —Acusó con frialdad. —Lo que sea que vayas a decirme, puedes mandarlo por mensaje. —Espetó con indiferencia.
Apreté los dientes y me quedé en silencio por unos segundos al escuchar cómo me colgaba el teléfono. Luego, me levanto del sofá en el que había tomado asiento para llamarlo y me dirijo a la habitación principal para empacar todas mis cosas en tantas maletas como me sea posible, como si todo lo que tenía no fueran más que escombros que debían ser limpiados.
Tomé los ramos de los floreros que había colocado hace poco y los tiré a la basura, seguidamente reuní los cuadros, fotografías de boda y adornos que había colocado con tanto cuidado a lo largo de los años y también los arrojé al cesto de la basura.
Finalmente, con la poca dignidad que me quedaba, dejo sobre la mesa del comedor el acuerdo de divorcio. Como Caleb fue el responsable de que su matrimonio hubiera fracasado, decidí exigirle la mitad de todos los bienes adquiridos durante nuestra unión. Sujeto las manillas de las maletas y le doy una última mirada al que había sido mi fatídico hogar durante tanto tiempo, exhalo abrumada al tiempo que se me escapan las lágrimas y cargada de miedo por lo que esté por venir, decidida abandono ese hogar.
Con mi vida completa empacada, la fuerza que me queda en las manos y el corazón en la boca, camino por las calles de la ciudad sin un rumbo fijo, No sabía a donde ir, no tenía a nadie que me pudiera recibir en su casa hasta que sepa qué hacer.
La madre de Caleb me detestaba, siempre me había visto como una simple ama de casa, incapaz de manejar algún tipo de finanza, por lo que no tenía dinero, todo lo que había comido o usado en los últimos diez años, era lo que un equipo le llevaba hasta la casa por órdenes de Caleb; con excepción de la tarjeta secundaria para emergencias que estaba a nombre de Caleb. Por otro lado, mi propia familia idolatraba a Caleb, como si fuera el Mesías y su familia sus santos apóstoles que nos habían salvado de la miseria, así que tampoco aceptarían mi decisión de divorciarme.
Llego a una para de autobús y me siento a descansar, estaba exhausta de deambular y me dolían los pies, necesitaba un respiro. En eso, finalmente llegó una idea a mi mente, tenía a Karla, aquella misma amiga con la que había cortado contacto y la misma que no tardaría en reprocharle que se había tardado en dejar a Caleb. Aunque fuera como buscar el limón que rosearía la llaga, era lo mejor que tenía.
Mientras caminaba hacia la casa de Karla que estaba a diez cuadras de donde estaba, comenzó a llover a cántaros, el agua estaba helada, pero no podía resguardarme, debía llegar a su casa cuanto antes, tenía miedo de que algunos maleantes me asaltaran.
Al llegar, toqué el timbre un par de veces y poco después se encendieron las luces y seguido, la castaña abrió la puerta. La expresión malhumorada y adormecida de Karla se esfumó de inmediato al verme empapada por la lluvia y pareció conmoverse.
—¡Olivia, por el amor de Dios! —Exclamó preocupada.
—Sé qué te hice a un lado hace mucho tiempo… Pero no tengo a donde ir. —Declaré a media voz, entre sollozos.
—¿Qué esperas para entrar? ¡Entra ahora, no quiero que pesques un resfriado! —Ordenó la castaña ayudándola con las maletas.
(***)
Sentadas en la alfombra, frente a la chimenea, cubiertas por mantas gruesas y tomando té de manzanilla, le conté todo lo que había sucedido y cuando ella estuvo enterada de todo lo que Caleb me hizo y de mi decisión terminal de divorciarme, no dudó en apoyarme.
—Ese imbécil desgraciado arderá en el infierno y yo me encargaré de que suceda. —Aseguró la castaña entre dientes. —Cometió un grave error al dejarte ir, ¡Juro que lo haré sufrir! Pero, descuida. No lo necesitas, no importa cuánto tiempo te tome volver a estabilizarte. Conmigo siempre tendrás un hogar, una cama y comida caliente… —Añadió Karla con una expresión sería decorada por unas lágrimas cargadas de un amor puro y fraternal.
—Lo estuve meditando un poco y ahora que estoy empezando de cero, quisiera retomar mi carrera de violinista, para poder valerme por mí misma. Necesito eso. —Confesé encogiéndome de hombros con cierta timidez. Esa timidez que desarrolle al vivir por tantos años junto a alguien que te negaba su apoyo.
(***)
A la mañana siguiente, el estruendo producido por el tono de llamada de mi celular, estiro mi brazo y lo tomo de la mesa de noche. Abro mis ojos con pesadez y descubro que se trataba de Caleb, por un momento pienso en mandarlo al buzón, pero finalmente contesto.
—¿Hola? —Balbuceo adormilada.
—Buenos días… —Vocifera con sorna. —Pasé toda la noche en el hospital por tu culpa. Justo ahora saldré directo a la oficina, quiero que me traigas una camisa limpia y planchada a la oficina. —Exigió como si le estuviera hablando a una criada.
—Bájale a tu altanería, no estoy de humor para esto y no pienso llevarte nada que no sea una copia del documento que quería entregarte anoche. —Respondo con firmeza.
—¿De qué hablas mujer? ¡Déjate de bromas y haz lo que te digo! ¡No me hagas perder el tiempo! —Brama hastiado.
—No es broma, he decidido divorciarme de ti. El acuerdo está encima de tu comedor. Si es necesario te llevaré una copia para que la firmes, cuanto antes mejor. —Insisto sin amedrentarme, ya no tiene poder sobre mí y quiero dejárselo bien claro.
Pero la carcajada que se produjo al otro lado de la línea, me dejó claro de que no me estaba tomando en serio.
—Qué lindo que ahora quieras ser comediante. Es increíble lo que inventas por un simple ataque de celos… —Farfulló. —Ambos sabemos que no puedo divorciarme de ti tan fácilmente por órdenes de mi tío Lion. Si no fuera por eso, te habría dejado en el segundo después de decir “Acepto”. Así que no te creas tan importante.
Intentaba quebrantarme con todas sus sátiras, pero no lo lograría, ya no dejaría que interrumpiera mi calma.
—Ya todo está arreglado. Lion está al tanto de todo. —Respondo con simpleza en tono monótono.