El Globe Theatre, reconstruido en la ribera sur del Támesis, era un fantasma de madera y yeso contra el cielo crepuscular de Londres. Para Samuel, cruzando el puente de Millennium con la soledad de un lobo herido, no era un monumento a Shakespeare, sino una trampa perfectamente escenificada. El "teatro de la memoria". Un lugar para representar papeles, para decir mentiras que sonaban a verdad. O para que una verdad aterradora saliera a escena.
El auricular en su oído era su único lazo con Gabriel, cuyo trabajo desde la sala de servidores era ahora el centro de mando de una operación clandestina.
—Estás limpio por ahora —la voz de Gabriel sonaba tensa, el clic de teclados de fondo como un contrarritmo ansioso—. Las cámaras de tráfico en un radio de tres manzanas muestran actividad normal. Demasiado normal. No hay signos de la furgoneta que movió al mercenario, ni de escuchas policiales. Es como si… esperaran.
—Esperan el intercambio —murmuró Samuel, bajando la mirada mientras un grupo