La caída de Beatriz fue rápida y total. La columna de Mercer había actuado como un disolvente químico, erosionando la fachada de respetabilidad que con tanto cuidado había construido. Su nombre se convirtió en un anatema en los círculos que una vez codició. Su marido, enfrentado al escándalo y a la presión de sus socios, le presentó discretamente los papeles del divorcio. La "vida perfecta" en Ginebra se desvaneció como humo, dejándola sola, desacreditada y consumida por un rencor que ya no podía proyectar hacia fuera.
En la Fundación Aurora, la partida de su sombra tóxica se sintió como un cambio en la presión atmosférica. El aire parecía más ligero, más fácil de respirar. Las donaciones, tras una pausa incómoda, no solo se reanudaron, sino que llegaron con una fuerza renovada, acompañadas de mensajes de apoyo que condenaban la "bajeza" de los ataques de Beatriz. La comunidad interna, fortalecida por la prueba, se cerró en torno a Olivia con una lealtad feroz.
Pero para Olivia, la vi