El Bentley se deslizó por las calles adoquinadas de Mayfair, alejándose de la fría geometría de Holloway. El silencio dentro del coche era distinto al de la ida. Ya no era la tensión de un campo de batalla, sino el agotamiento tranquilo de una guerra terminada.
Olivia miraba las gotas de lluvia que corrían por la ventana, dibujando caminos efímeros sobre el cristal. La imagen de Camila, reducida a una sombra iracunda en un uniforme beige, ya no le provocaba miedo ni rabia. Solo una pena profunda y vasta, como por un cuadro valioso que se hubiera estropeado irremediablemente.
—¿Fue útil el encuentro? —Preguntó Samuel, su voz un suave contrapunto al rumor de las ruedas sobre el asfalto mojado.
Olivia lo miró. Su perfil, iluminado por las luces intermitentes de la ciudad, parecía esculpido en mármol.
—Sí. Lo fue. —Hizo una pausa—. Ella no lo hizo por amor, Samuel. Lo hizo por poder. Creía que Lion era un trono que le pertenecía.
Samuel procesó la información.
—Es una motivación más común