Las manos de Álvaro temblaban, y su respiración seguía agitada. Su mirada sin foco tardó unos segundos en concentrarse.—¿Alvi? —Lo llamó Oliver con suavidad. Finalmente, Álvaro se fijó en el anciano que lo observaba con preocupación.—¿Qué hora es? —preguntó Álvaro, casi sin aliento.—Son las seis de la tarde, ¿tienes hambre? Pediré que traigan algo de comer —respondió Oliver, mientras elevaba lentamente el respaldo de la cama. Álvaro no opuso resistencia.—¿Por qué sigues aquí? —murmuró Álvaro con una pausa tensa—. Ahora que sabes lo que soy, lo lógico sería que te alejaras, ¿no? Unión Rojo no la voy a tocar.—¿Qué insinúas? ¿Crees que tu abuelo se queda solo para que no «devores» Unión Rojo? —replicó Oliver, en un tono severo.Álvaro lo miró sin responder.—Unión Rojo fue siempre tuya —agregó Oliver, bajando los párpados para ocultar la humedad en sus ojos. Luego acomodó la sábana sobre la mano de Álvaro—. Di lo que gustes conmigo, pero por favor no insistas delante de tu abuela. Su
El impacto fue devastador en la bolsa: todas las acciones vinculadas al Grupo Saavedra se vinieron abajo en cuanto abrió el mercado. De inmediato, Laura, la responsable de la oficina presidencial de la compañía, ofreció una rueda de prensa en nombre de Álvaro:—El señor Mattheo actuó siempre a título personal. Lamentamos profundamente lo sucedido. Desde que el señor Álvaro asumió el control del Grupo Saavedra, todas las iniciativas y colaboraciones de la compañía han sido completamente legales. Con respecto a las acusaciones actuales que involucran a diversas personas, podemos afirmar que, en cuanto el señor Álvaro detectó irregularidades al tomar las riendas de la empresa, los responsables fueron puestos a disposición de las autoridades.Gabriela, recién aterrizada, vio a Laura conduciendo la conferencia de prensa:—Aquellos aspectos que no se identificaron inmediatamente serán investigados con rigor, y colaboraremos plenamente con las instituciones correspondientes. De igual forma, e
Hasta ese momento, había creído que eran simplemente conocidos ocasionales con un aire de complicidad, tal vez algo más que amigos.Cristóbal parpadeó y luego encendió el motor del auto con una sonrisa:—Nos conocemos desde hace mucho. Ella es medio año mayor que yo, y de niños yo le decía «Sis» por costumbre. Al crecer, nunca dejamos el hábito.—¿Así que amigos de la infancia? —indagó Gabriela.Cristóbal se apresuró a negar:—No te confundas, no hay nada romántico entre nosotros. De verdad somos como hermanos.—Laura me parece una gran persona —opinó Gabriela.—Sí, lo es. —Él asintió—. ¿Vamos por algo de desayunar? Es justo la hora.Cristóbal, sin embargo, no dio pie a que Gabriela insistiera sobre Laura. Ella, dándose cuenta, optó por seguirle la corriente:—Mejor en un par de días. Ando agotada y necesito dormir un buen rato.—Ok, no hay prisa. Tenemos tiempo de sobra —accedió Cristóbal.Después de salir del aeropuerto, condujo hasta la zona residencial de medio monte en Leeds, repl
A un lado, Cristóbal la observó con atención. Nadie imaginaría que, tras esa apariencia segura y tranquila que mostraba, su alma nunca había hallado un verdadero descanso.Durante mucho tiempo, lo consumía una rabia silenciosa, un ansia de venganza para hacer justicia por su madre y por sí mismo. Pero, en aquel instante, compartiendo el viento y el sol con Gabriela, sintió como si algo dentro de él se aligerara. Tal vez el cielo, compadeciéndose de su oscuridad, le estaba regalando un poco de luz.—Aquí tienes a dos muchachas filipinas para tus necesidades cotidianas —explicó Cristóbal—. Sus habitaciones están fuera de la casa principal, así que no te molestarán cuando quieras estar tranquila.Vio que Gabriela lucía algo cansada y decidió no quedarse mucho tiempo.—También vivo cerca. Si necesitas cualquier cosa, avísame y vendré lo antes posible.—Cristóbal, no soy una niña. No te preocupes tanto —replicó ella.—Solo quiero que sepas que aquí vas a estar muy segura y puedes hacer lo q
—Secretaria Laura, por favor, hable con claridad. Desde que existe el Grupo Saavedra, el señor Álvaro jamás faltó a una junta de accionistas, y ahora está desaparecido en medio de tantas habladurías. Cada uno de sus pasos afecta nuestros intereses…No había terminado de hablar cuando la puerta se abrió de golpe. Todos miraron a la entrada y vieron a Álvaro, impecable en su traje, tan elegante como de costumbre.—¡Señor Álvaro!—¿Señor Álvaro…?Los accionistas se pusieron de pie, especialmente aquellos que habían iniciado la confrontación, con un semblante incómodo. Sin apuro, Álvaro avanzó hasta la mesa y, con un gesto de la mano, les indicó que volvieran a sentarse.—Señor Álvaro —lo saludó Laura con respeto, haciendo una ligera inclinación.Con el rostro impasible, él tomó asiento en su lugar habitual, mientras Laura permanecía de pie, a su espalda.—¿Acaso debo informar a cada uno de ustedes sobre mis asuntos privados y mi agenda personal? —inquirió Álvaro con un tono ni muy alto ni
Era Noelia, quien se veía demacrada y afligida.Llevaba días buscando la forma de acercarse a Álvaro.Primero intentó colarse en su habitación del hospital, pero la seguridad era demasiado estricta.Recordaba con angustia cómo, tras confesarle a Álvaro que él era «un sustituto», había provocado la ira de los ancianos de la familia Rojo. Si se presentaba sin haber calmado antes a Álvaro, esos dos viejos implacables podrían cebarse con ella de mil maneras.Al final concluyó que la única vía para verlo era plantarse en el edificio del Grupo Saavedra y esperarlo.Laura la observó con frialdad, como si tuviera delante a alguien débil y lastimero.—¿Fuiste tú quien divulgó que el señor Álvaro estaba herido?Poca gente sabía realmente de la lesión de Álvaro. Fuera de la familia cercana, solo Cristóbal y su padre la conocían, y era improbable que la difundieran porque, en ese caso, Gabriela saldría perjudicada, y Cristóbal no permitiría que eso ocurriera.Noelia se quedó atónita ante la pregun
—Señor… —dijo Laura, haciéndose un lado con suma cortesía.Álvaro le echó un vistazo antes de fijar la mirada en Noelia, quien continuaba sentada en el suelo.—¿Qué quieres aquí?—Alvi… —murmuró Noelia, mirándolo con una mezcla de sorpresa y alivio, como si no pudiera creerlo—. Incluso dejó escapar una lágrima perfecta, en el momento preciso. Laura pensó que su actuación era digna de un aplauso.Al percatarse de que Álvaro no tenía la menor intención de ayudarla a levantarse, Noelia se incorporó con aire de debilidad, observándolo de arriba abajo. Las lágrimas brotaron con más intensidad.—Pasaron apenas unos días y mírate: estás mucho más delgado, tu rostro luce demacrado. Cintia dijo que estabas enfermo… ¿Te sientes muy mal? ¿Por qué no descansas más tiempo en el hospital? ¡No deberías descuidar tu salud! ¿Qué trabajo puede ser más importante que tu bienestar? ¡Vámonos, regresa conmigo al hospital!Sus sollozos se volvían más intensos, como si realmente estuviera angustiada por Álvar
Gabriela se había tomado dos días tranquilos en la mansión de la colina. Al tercer día, organizó con Cristóbal una visita a la familia Zambrano para presentarse formalmente ante Santiago.—Ya preparé los obsequios, cosas que le gustarán a los mayores. Esta noche será una cena en familia, así que no tienes por qué ponerte nerviosa —le dijo Cristóbal, paseándose de un lado a otro en la sala mientras Gabriela, sentada con las piernas cruzadas en el sofá, leía un libro.Ella cerró el libro y sonrió:—Cristóbal, me da la impresión de que el nervioso eres tú.—¿Yo? —respondió él, señalándose.—Solo un poquito —contestó Gabriela, juntando sus dedos para mostrar qué tan poco era.Cristóbal se sonrojó.—Tal vez porque… es la primera vez que llevo a casa a una chica.Gabriela se quedó atónita, encendida por la curiosidad:—¿Nunca has presentado a una novia antes?Él se quedó en blanco un par de segundos, justo cuando sonó el timbre de la puerta. Se apresuró con un «¡voy, voy!» y salió casi a tro