Álvaro estaba intentando encasquetarle a Gabriela un gorro muy feo—pero a simple vista bien calientito.
—¡Hermano, quítale ya esa cosa espantosa de la cabeza a mi cuñada!
En cuanto habló, Cintia le arrebató el gorro y lo lanzó con desprecio sobre el sofá, a unos pasos de distancia.
Gabriela estuvo a punto de soltar una carcajada.
—¿Qué sabrás tú? —Álvaro le lanzó a Cintia una mirada de reojo—. A tu cuñada le encanta esa caricatura y este gorrito es parte del merchandising.
Ignorándolo, Cintia se colgó del brazo de Gabriela con un cariño exagerado:
—¡Cuñada, vámonos ya! ¡Nos toca salir!
—Claro que vamos a salir, pero no tú, —atajó Álvaro, apoyando un dedo sobre la frente de Cintia y apartándola de Gabriela.
—¿Cómo dices? ¡Ella me prometió que iríamos juntas a comprar fresas gigantes!
—Te conseguí un maestro, y hoy te toca examen.
Los ojos de Cintia se iluminaron:
—¿De verdad? ¡Pásame su contacto, le digo que mejor me examine por la tarde y así no me pierdo la ida al mercado!
—Tu abuelo