El recuerdo atravesó el semblante de Álvaro como una punzada dolorosa.
Gabriela sintió una pizca de decepción. Ahora, era como si a Álvaro nada lo alterara. Hasta resultaba aburrido.
—¿Además de fuegos artificiales? —insistió él, adoptando un tono más suave.
Gabriela apartó la mirada de Álvaro y contempló por la ventana. «Hay tantas cosas…», pensó, pero respondió en voz baja:
—No lo recuerdo.
En su mente, cada uno de los recuerdos de Año Nuevo estaba asociado con Emiliano. Si se colaba de casa en casa para jugar o si se lanzaba a sumergirse en el mar durante pleno invierno, Emiliano siempre la acompañaba, sin abandonarla ni un segundo. Y aparte de esos momentos alocados, atesoraba otros: cuando se alejaban del bullicio y pasaban la noche ella, Emiliano y la madre del orfanato, sentados en su pequeña sala, mirando una vieja película o el especial de Año Nuevo en la televisión.
Eran recuerdos preciosos, bálsamos para sobrellevar el dolor más profundo que había soportado durante años.
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