4. CON QUIÉN ME HE CASADO  

Sentí cómo mi pecho se encogía, como si el aire hubiera desaparecido por completo del despacho al escucharlo. ¿Averiguar qué? ¿Qué podía ser peor que esto? Me miraba como si quisiera descifrarme, todavía con incredulidad y algo que parecía divertirle. No sabía si me estaba haciendo una advertencia o lanzando una amenaza, o si simplemente estaba disfrutando de mi evidente nerviosismo y desconocimiento.  

—Para ser honesta, no, señor, no sé quién es —respondí, como siempre, con sinceridad—. Pero eso ahora no es importante para mí. ¿Podemos seguir esta conversación más tarde? Ya debo irme.  

Me levanté con intención de marcharme bajo su mirada curiosa e incrédula. No entendía el motivo detrás de su actitud, pero tampoco quería saberlo. Para mi alivio, él pareció entender mi premura y no insistió en detenerme. Tomó el teléfono que estaba junto a él mientras hablaba.  

—Muy bien, la enviaré en el auto. Dígale que la deje donde prefiera; si va en autobús no llegará a tiempo —dijo, aún con la mirada fija en mí. Luego añadió, con un tono algo burlón—: Estoy seguro de que tampoco sabe dónde se encuentra. Estamos lejos de la ciudad, aquí no pasan autobuses, ni siquiera taxis si no se les llama. La dejaré marchar ahora, pero luego continuaremos esta charla.  

—Muchas gracias, señor Minetti, y perdóneme por todos los inconvenientes que le he causado —respondí inclinándome levemente frente a él, sin estar muy segura del porqué.  

Tal vez era aquel lugar tan aristocrático y lujoso lo que lo hacía parecer tan poderoso frente a su escritorio. Inspiraba respeto y una especie de autoridad que era difícil ignorar. Estaba segura de que debía ser alguien muy influyente, aunque yo no tenía ni idea de quién se trataba. Lo averiguaría después; ahora, mi prioridad era llegar a casa para recoger a mi hermana y llevarla a su consulta en el hospital. No seguí negándome a su oferta y acepté su propuesta de llevarme en auto.  

—Solo léase el contrato y regrese en la noche. Tome este teléfono —me dijo mientras me extendía un dispositivo dorado dentro de su caja—. Llámeme si necesita que la mande a buscar; mi número personal ya está agendado. Pero escúcheme bien: solo utilícelo si realmente me necesita. No quiero que me llame simplemente porque se le ocurra.  

—Sí, señor —respondí inmediatamente. El tono que había usado no dejaba espacio para discutir.  

 Me irritaba mucho  cuando alguien me hablaba así, pero me aguanté. Realmente estaba muy apurada como para entrar en conflictos. La prueba de mi hermana era vital, y en situaciones que la involucraban, todo lo demás pasaba a un segundo plano.  

—El chofer la está esperando. Buenos días, señora Minetti —dijo, inclinando la cabeza para retomar lo que estaba haciendo, ignorándome por completo.  

—Buenos días, señor Minetti, y gracias por todo —me despedí apresurada antes de salir casi corriendo hacia la puerta.  

 Guardé el contrato en mi bolso, pensando en cómo librarme de este lío. Al salir de la casa, eché un vistazo rápido bajo la luz del día. ¡Dios santo, esto parece un palacio custodiado por hombres de trajes negros y armados! ¿Con quién te has casado, Lilian?  Avancé, siempre seguida por el chofer. Subí a un lujoso auto y le di indicaciones de dónde debía dejarme. 

 Le pedí que me dejara unas cinco cuadras antes de mi casa. No quería correr el riesgo de que alguien me viera. Antes de que bajara, el chofer me dio su número de teléfono por orden del señor Minetti, según me explicó.  

Me quité el anillo de matrimonio y me dirigí directamente a la tienda de mi mejor amigo, Miguel.  

—¡Woao, amiga, pero qué elegante estás! —exclamó tan pronto como crucé la puerta.  

—Buenos días, Migueliño. ¿Puedes prestarme algo que no sea tan llamativo? —le pedí, evitando llamar la atención. No quería que mi madre me viera así.  

—¿Pero por qué? Si estás espectacular con esa ropa —respondió de inmediato. Siempre había sido un amante de la moda.  

—Voy al hospital con Luci —expliqué mientras entraba al probador—. Anda, no hagas preguntas por ahora. Prometo que después te contaré todo. De hecho, voy a necesitar mucho de tu ayuda, pero ahora tengo que darme prisa.  

—Está bien, está bien —cedió, notando mi urgencia—. Ahora mismo te traigo algo más de tu estilo.  

Mientras me cambiaba, pensaba en cómo Migueliño siempre había sido mi confidente, un amigo incondicional desde que llegó al país. En poco tiempo, regresó con un hermoso vestido verde, unas sandalias y un bolso menos llamativo. Me lo puse y le pedí que guardara el resto de las cosas. Le aseguré que volvería por la noche para cambiármelas y contarle todo. Salí casi corriendo hacia mi casa.  Cuando llegué, vi que un taxi ya estaba estacionado frente a nuestra puerta.  

—¡Mamá, ya llegué! —anuncié al entrar.  

—Oh, Lili, pensé que tendría que cerrar la lavandería e ir yo con Luci —dijo mi madre con evidente preocupación.  

—Perdón, mamá, me compliqué. Luci, ¿cómo te sientes? —le pregunté directamente. No necesitaba respuesta; conocía bien su mirada. Odiaba estas pruebas.  

—Lo mismo de siempre —respondió mi hermana antes de desviar el tema—. Estás muy hermosa hoy.  

—No es la gran cosa. Es Migueliño, que insiste en que le modele su nueva colección, como siempre. Ya lo conoces. Prometo comprarte algunas cosas a ti y a mamá —dije intentando animarla.  

Miguel cada temporada me convencía de lucir su ropa, seguro de que le traía suerte en ventas. Aunque sinceramente no me molestaba, lo hacía por cariño.  

—No pierdas tu dinero en nosotras, querida. Ahora dejen esas conversaciones para otro momento; van a llegar tarde —interrumpió mamá, siempre pragmática. Nos pasó algo de dinero antes de despedirse—. Llámame en cuanto hayan terminado.  

—Claro que sí, mamá. Vamos, Luci.  

Sin más, subimos al taxi rumbo al hospital. Durante todo el trayecto traté de distraer a mi hermana de sus miedos. Siempre temblaba antes de sus biopsias. Aunque era joven, parecía una niña pequeña y asustada con su complexión frágil. Me acerqué a ella y la abracé, como siempre hacía. Esta enfermedad la sometía a una vida recluida y dolorosa. Era por ella que había decidido estudiar medicina, soñando con especializarme en enfermedades raras para mejorar su calidad de vida.  Al llegar al hospital, una enfermera me llamó casi de inmediato:  

—Doctora Lilian, por favor acérquese.  

—Buenos días. Dígame —respondí con temor.  

—Hoy su hermana será evaluada por un equipo de expertos—me informa ella.  

Al escuchar eso, me invadió el terror. ¿Qué estaba pasando para que un equipo completo interviniera? Miré a Luci, quien, temblorosa, murmuró con un hilo de voz:  

—¿Y eso por qué? Solo vinimos para una biopsia.  —Me aferró con fuerza, temblando de miedo.   —¿Lili? —preguntó con los ojos llenos de angustia.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App