5. LA SORPRESA EN EL HOSPITAL

 La enfermera, al ver lo asustadas que estábamos, se apresuró a aclarar que lo estaban haciendo con algunos niños que padecían esa enfermedad.  

—Alégrese de que escogieron a Luci —me dijo mientras recogía su expediente—. Es algo muy bueno, están los mejores especialistas del país.  

—¿De veras? —Yo trabajaba en este hospital, ¿cómo era posible que nadie me hubiera dicho nada si vivo para estudiar la enfermedad de Luci?  

—Sí, fue algo que surgió de pronto, lo dirige el director del hospital —explicaba mientras nos indicaba que la siguiéramos.  

Vaya, esto era muy bueno. Los mejores especialistas iban a revisar a mi hermana. Ni en mis más remotos sueños imaginé que eso podría lograrse para mi pobre hermana. Ojalá encuentren un mejor tratamiento para que Luci no sufra tanto.  

—¿Qué es lo que pasa, Lili? —preguntó asustada Luci, caminando a mi lado al ver que nos dirigíamos a otro lugar.  

 No soy mucho mayor que ella, solo unos años, pero esa enfermedad que padece desde que nació no la ha dejado desarrollarse. Parece una niña asustada a mi lado. La abrazo fuerte, rezando con todo mi corazón para que encuentren, aunque sea, un tratamiento que le dé una mejor calidad de vida.  

—No es nada, linda —la tranquilizo—. Están evaluando a todos los niños con tu enfermedad. Es algo muy bueno.  

Seguimos a la enfermera por el largo pasillo hasta llegar a una habitación llena de doctores que nos observan. Me sorprendo al ver al director del hospital, quien se acerca a saludarme.  

—Buenos días, ¿doctora Lilian, verdad? —pregunta sonriente, al tiempo que me estrecha la mano—. ¿Y tú debes de ser Luci?  

—Sí, señor. Soy Lilian Calleri Pagani y ella es mi hermana menor, Lucila. Pero todos le decimos Luci, que es como le gusta a ella —trato de que mi hermana se tranquilice.  

 El director, que es muy guapo ahora que lo veo así de cerca, me sorprende con su amabilidad. A pesar de llevar años trabajando en emergencias, es la primera vez que converso directamente con él. Se gira con una gran sonrisa hacia mi hermana y le extiende la mano, que Luci toma con timidez.  

—Pues, Luci, no tienes por qué estar asustada —le dice sin dejar de sonreír—. Solo te haremos un chequeo de rutina. Verás que luego te sentirás mucho mejor con el nuevo tratamiento.  

—¿Nuevo tratamiento? —preguntamos Luci y yo al mismo tiempo.  

Me preocupé al escucharlo: eso significa más dinero. Pero, si va a mejorar la vida de mi hermana, no me importa matarme trabajando en emergencias.  

—Sí, un nuevo tratamiento que estamos ofreciendo gratuitamente a algunos niños con esa enfermedad —ahora se dirige a mí, muy serio—. Es experimental, doctora, pero pensamos en su hermana por usted trabajar aquí y porque, además, reúne todos los criterios para participar. ¿Qué le parece? ¿Está de acuerdo en que su hermana participe? Le aseguro que su calidad de vida mejorará mucho.  

—¿Gratuito, dijo? —No lo puedo creer, no sabía que el hospital ofrecía ese servicio.  

—Sí, doctora Lilian. Completamente gratuito —repite, mirándome fijamente. Sin embargo, siento como si me estuviera estudiando, como si me viera por primera vez.  

 No puedo explicarlo, pero su mirada me hace sentir cohibida, algo que no suelo ser. Me concentro en lo que dijo sobre el programa experimental. No me gusta la idea de que usen a mi hermana como conejillo de Indias.  

—¿Y dice que va a mejorar la calidad de vida de mi hermana? ¿En qué sentido? ¿Por qué no había oído nada de esto antes? —pregunto con recelo.  

—Eso no lo sé, doctora Lilian, pero debe decidirse ahora —responde el director, serio, con una mirada inquisitiva—. ¿Acepta que ella participe o no? Le aseguro que podrá llevar una vida lo más cercana a lo normal que se pueda.  

—¿Voy a poder ir a la escuela? —pregunta Luci emocionada.  

—Si sigues al pie de la letra el tratamiento, claro que podrás hacer casi lo mismo que los demás jóvenes de tu edad —asegura el director. Yo lo miro con incredulidad.  

 Desde que tengo uso de razón, Luci no ha podido llevar una vida normal. Cuando le atacan las crisis, que son muy frecuentes, se transforma en un monstruo del que todos huyen, excepto mamá y yo. Su piel se llena de grumos supurantes y viscosos, que le impiden ir a la escuela porque los demás niños y padres, al ignorar que su enfermedad no es contagiosa, temen lo peor. Mamá optó por no enviarla más, y ahora pasa todo su tiempo encerrada en su habitación.  

—¿De veras voy a mejorar? Dale, mi hermana, acepta, por favor —me suplica Luci. Ante su mirada y la posibilidad de que esto sea verdad, al fin acepto.  

—Está bien, estoy de acuerdo. Luego hablaré con mamá —ella nunca ha querido que Luci participe en nuevos experimentos.  

—Muy bien. Hoy solo la evaluaremos y cambiaremos su tratamiento. Si su mamá se niega, déjeme saber —el director se detiene y agrega. — Aunque, ya que su hermana tiene mayoría de edad, ella puede decidir por sí misma.  

—Yo estoy de acuerdo —afirma Luci, realmente esperanzada.  

La miro por un instante, soltando todo el aire contenido. La abrazo fuerte y asiento de nuevo. Nada me gustaría más que mi hermana mejore, pero, como doctora, sé todos los peligros que pueden surgir de tratamientos experimentales. Aunque el director tiene razón: Lucila es mayor de edad, aunque no lo parezca, y tiene derecho a decidir. Y lo ha hecho; negarme sería en vano.  

—Luci, ve con la enfermera, ella te explicará qué hacer. Usted puede esperar mientras terminamos en la habitación de espera. Mire estos folletos sobre lo que le haremos a su hermana y en qué consiste todo el nuevo tratamiento. Si después tiene alguna duda, puede preguntarme —explica el director.  

 Tomo los folletos y salgo al pasillo. En esa pequeña sala de espera, siento que me ahogo. Me siento en un banco a unos pasos de la puerta. Observo que no hay nadie más. Qué extraño, pienso. Leo detenidamente los folletos: explican que el nuevo tratamiento ha dado buenos resultados en algunos niños y jóvenes. Me pongo feliz, parece muy esperanzador. Ojalá funcione con Luci y pueda llevar una vida lo más normal posible.  

 Al terminar de analizar todo, los guardo y, al abrir mi cartera, veo el contrato. Suspiro resignada. Todavía no puedo creer que haya cometido esa locura y, peor aún, que esté casada con un hombre al que no conozco.  Tomo el contrato para leerlo, pero todavía no he comenzado cuando siento que me abrazan.  

—¡Andy! —salto asustada al ver a mi prometido sonriéndome feliz, mientras miro a todas partes, temerosa de que alguien me reconozca, recordando que soy una mujer casada con un desconocido—. ¿Qué haces aquí?

 

 

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