Ahora mismo estoy congelada. No hablamos de esto con el señor Minetti, que, para mi alegría, hace su entrada justo a tiempo para escuchar las preguntas y sacarme de mi apuro. Porque yo no sé inventar historias.
—Nos conocimos dos años después de que murió Celia, abuelo —dice con serenidad. —¿Y por qué no me lo dijiste? ¿Dónde se conocieron? ¿En el hospital cuando llevaron a Celia después del accidente? —lo llena de preguntas. —No, abuelo, la conocí después. En una de tus consultas —contesta con la misma tranquilidad. Miro seria al señor Minetti. Nunca me ha gustado mentir, tampoco sé hacerlo muy bien. No sé por qué no le decimos toda la verdad. Pero entonces me acuerdo de que estamos haciendo esto precisamente para la tranquilidad del abuelo, que, en estos momentos en que lo v