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Mundo de ficçãoIniciar sessãoCinco años habían pasado como un aliento y, sin embargo, cada segundo seguía vivo en la piel de Olivia como una quemadura que no se atenuaba. Aquella mañana el aeropuerto de la ciudad parecía una ciudad dentro de la ciudad: tiendas brillantes, anuncios gigantes, pasajeros que iban y venían con prisa. Entre la marea humana avanzaba un niño de rasgos suaves, mirada de inocencia y un encanto natural que hacía que más de una persona se detuviera para mirarlo. Sostenía una Coca-Cola en la mano y miraba a su alrededor con curiosidad. Cuando, sin pensarlo, llamó con voz clara:
—Mami —todos voltearon.
La mujer a su lado tenía el rostro cubierto de pecas, la nariz chata y una apariencia que, a simple vista, no coincidía con la belleza del niño. Murmullos y gestos de sorpresa se arremolinaron como gaviotas: “¿Sus padres serán así?”, se preguntaron algunos. Nadie, sin embargo, sospechó la verdad. Nadie reconoció aquella sonrisa apenas curvada bajo la máscara hiperrealista que Olivia había decidido llevar.
Noa movió la lata hacia ella, con el gesto de un pequeño caballero que comparte su tesoro.
—Toma, mami —dijo, y apoyó la cabeza en su hombro—. ¿Cuándo te vas a quitar esa máscara tan fea?
Olivia contuvo la respiración. El corazón se le apretó al escuchar la palabra “fea” en labios de su hijo, pero la expresión de Noa era una mezcla de curiosidad y cariño: él no la decía para herir, si no para que todos vieran lo hermosa que era su madre en realidad. Por dentro, ella sonreía con la ternura que solo una madre conoce; por fuera, dejó que la máscara mantuviera su dureza.
—No seas indiscreto —respondió con un tono que buscaba ser severo y no asustar—. No es fea, es… diferente. Y es necesaria ahora.
Noa negó con la cabeza, ofendido de inmediato por la idea de hacerla sentir mal. Olivia lo miró y vio en sus ojos la réplica más pura de lo que ella había sido alguna vez: valentía sin cálculos, amor sin precio. Sintió un dolor punzante —por lo que le habían robado, por lo que había tenido que soportar— y a la vez una certeza que la recorría como una promesa: esa máscara era el disfraz que le permitiría entrar de nuevo a la ciudad que la había echado, la llave con la que podría enfrentarse a Maia y a la familia Blake sin ser reconocida.
Observando la ciudad a través de los ventanales del aeropuerto, Olivia sintió cómo un torrente de determinación la envolvía. Todo le resultaba familiar y, al mismo tiempo, distante. Cinco años habían pasado desde que huyó con el corazón destrozado. Cinco años de silencios, de esfuerzo, de sacrificios que nadie imaginaba. Ahora había llegado el momento de regresar. El ajuste de cuentas ya no podía esperar.
Sabía que no sería sencillo. Enfrentarse a Maia y recuperar lo que le habían arrebatado requeriría más que coraje; demandaría astucia, paciencia y una voluntad de hierro. Pero Olivia estaba lista. No solo por ella, sino por Noa, por sus otros hijos, y por todas las cicatrices que había aprendido a ocultar.
Con el pequeño caminando a su lado, avanzaron hacia la salida. Noa reía por algo que había visto en una pantalla cercana, completamente ajeno a los planes que su madre llevaba ocultos en el silencio. Olivia, por un instante, se dejó arrastrar por sus pensamientos hasta que un choque repentino la sacó de golpe de su ensimismamiento.
Una niña había tropezado con ella y estuvo a punto de caer. Olivia se agachó de inmediato, con reflejos de madre, para sostenerla y evitar que se lastimara. La pequeña levantó el rostro: tenía una carita dulce, ojos grandes y brillantes, llenos de vida. Pero en vez de llorar, la miró fijamente y pronunció con voz clara:
—Mami…
El corazón de Olivia se detuvo. La niña, que no tendría más de cinco años, la observaba con una mezcla de inocencia y determinación tan intensa que la dejó sin palabras.
—¡No puedes llamar mamá a cualquiera! —saltó Noa de inmediato, con los ojos encendidos por los celos—. ¡Ella es mi mamá, no la tuya!
La niña, Mia, como escuchó después que se llamaba, no prestó atención a las protestas del niño. Al contrario, se aferró con más fuerza a Olivia, abrazándola con una desesperación que le heló el alma, como si temiera que la dejaran ir.
Olivia se sintió extraña, atrapada en una ternura inesperada. Había algo en aquella niña que despertaba un instinto profundo, una conexión imposible de explicar. Mia parecía segura a su lado, como si hubiera encontrado en su presencia un refugio contra el miedo.
Con suavidad, Olivia acarició la mejilla de la pequeña.
—¿Te separaron de tu mami? —preguntó con voz cálida y delicada—. ¿Dónde está? Te llevaré con ella, ¿sí?
Mia negó con la cabeza con energía, los ojos llenos de ansiedad. La desesperación de la niña crecía con cada segundo. Olivia comprendió que, cualquiera que fuese la verdad detrás de sus lágrimas contenidas, había un motivo que la ataba a ella en ese instante.
—Confía en mí —susurró Olivia, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora—. Te ayudaré a encontrar a tu mami.
Mia no soltaba a Olivia. Sus pequeños brazos rodeaban con fuerza su cintura, y la palabra volvió a salir de sus labios, clara y suave como una plegaria:
—Mami…
Olivia se quedó inmóvil. El tiempo pareció suspenderse en el bullicio del aeropuerto. Aquella niña, que no había derramado ni una lágrima al tropezar, ahora repetía esa palabra con una convicción que la estremecía. No era un simple error, ni un capricho infantil. Había algo más profundo, un lazo invisible que de pronto parecía tensarse entre ambas.
El corazón de Olivia latió con fuerza. Llevaba años reprimiendo emociones, obligándose a mantener la mente fría para sobrevivir, para planear, para esperar. Sin embargo, aquella voz, ese "mami" salido del alma de una niña que no conocía, removió algo que había estado enterrado bajo capas de dolor.
—Pequeña… —susurró con ternura, acariciando con cuidado el cabello de Mia—. No soy…
Pero antes de terminar, sintió el tirón de la manga de su abrigo.
—¡Ella es mi mamá! —interrumpió Noa con un tono agudo, cargado de celos. Sus ojos, normalmente dulces, ardían con un resentimiento que no sabía cómo manejar—. ¡No puedes llamarla así!
Olivia lo miró con sorpresa. Nunca había visto esa expresión en su hijo: una mezcla de miedo, inseguridad y rabia contenida. Se agachó para quedar a su altura y trató de calmarlo con la mirada.
—Noa, cariño… —dijo suavemente, pero el niño apartó la vista, mordiéndose el labio con fuerza.
Mia, como si no escuchara nada de lo que ocurría a su alrededor, volvió a abrazarla más fuerte. Su cuerpecito temblaba, como si de verdad temiera que alguien viniera a arrancarla de allí. Olivia tragó saliva, sin entender de dónde provenía ese instinto tan marcado en la niña.
Mientras tanto, en otra sala del aeropuerto, alguien más había notado la escena.
El hijo menor de la familia Brook, alto, con un porte que imponía incluso a la distancia, se detuvo en seco al ver a través del cristal. Sus ojos se entornaron al observar cómo Mia, la niña que no debía hablar con extraños, se aferraba a una mujer desconocida.Frunció el ceño, sorprendido. Mia rara vez se mostraba tan cercana con alguien que no fuera de la familia. Y sin embargo, allí estaba, llamando “mamá” a una extraña con una naturalidad desconcertante.









