Capítulo 9 — El alta
El pasillo de la clínica olía a desinfectante y café tibio de máquina. La luz blanca de los tubos hacía que todo pareciera suspendido en una claridad demasiado nítida. Victoria caminaba al lado de Samuel, con el paso firme de quien no deja que la angustia se le note, aunque por dentro la respiración se le partiera en mil fragmentos.
Los esperaba el doctor Herrera, un hombre de mediana edad con ojos cansados pero voz serena, esa clase de profesional que sabe dar noticias difíciles sin quitar la esperanza. Les estrechó la mano y los invitó a pasar a su consultorio.
—Señora Montaldo, señor Duarte —saludó con formalidad—. Hoy tengo buenas noticias.
Victoria sostuvo el aire como si fuera a saltar desde una cornisa.
—Su padre ha respondido mejor de lo que esperábamos —continuó el médico—. Las secuelas del ACV son serias, sí, necesitará fisioterapia intensiva, paciencia y constancia, pero tiene a favor su edad y su fortaleza. Ernesto es un hombre relativamente joven