Capítulo 8 — Choques de gestión
El sol entraba a raudales por los ventanales del lobby, derramando un resplandor dorado sobre el mármol pulido. Todo parecía en calma desde afuera, pero por dentro el hotel hervía como una caldera a punto de estallar. Victoria Montaldo avanzaba con paso firme, erguida, con el eco de sus tacones repicando sobre el suelo como un recordatorio constante de quién mandaba allí.
Su sola presencia bastaba para que los empleados corrigieran posturas, bajaran la voz o disimularan nervios. Todos sabían que bajo ese gesto de hierro no había margen para equivocarse.
Pero esa mañana, el lobby se había transformado en una tormenta.
Una pareja discutía en recepción porque su habitación no coincidía con la reserva; un grupo de turistas reclamaba por el retraso del check-in, y una familia exigía habitaciones contiguas que el sistema no había previsto. El murmullo de quejas se mezclaba con el sonido insistente de teléfonos, teclados y maletas arrastradas.
Victoria se detu