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5 — Veneno en el lobby

Capítulo 5 — Veneno en el lobby

El lobby del Hotel Montaldo resplandecía como siempre: mármol brillante, lámparas de cristal encendidas, empleados circulando con carpetas y sonrisas ensayadas. Pero debajo de esa perfección flotaba un murmullo distinto, cargado de ansiedad.

El motivo cruzó la puerta con paso seguro y tacones rojos. Valerie Nobile. Vestida con un traje impecable color marfil, gafas oscuras, labios pintados de rojo intenso, caminaba como si aún fuera la dueña invisible de aquel lugar. Durante años, como “la mejor amiga de Victoria”, había entrado sin pagar una sola noche, disfrutado de la piscina privada, recibiendo cortesías que nunca agradeció.

Pero ahora, en la recepción, Omar —el jefe de seguridad— se adelantó con gesto frío.

—Señorita Nobile, usted está en la lista negra. La señora Montaldo prohibió expresamente su ingreso.

Valerie se quitó las gafas con lentitud, mostrando unos ojos azules cargados de un brillo venenoso.

—¿Lista negra? —dijo con fingida sorpresa—. Qué exagerada. Este hotel era casi mi segunda casa.

—Ya no lo es —cortó Omar, firme.

Los empleados miraban de reojo. El nombre de Valerie aún pesaba como una sombra.

Fue entonces cuando escuchó algo que encendió su mente retorcida: dos recepcionistas murmuraban sobre lo ocurrido esa mañana.

—¿Escuchaste cómo la llamó? —decía uno, con voz baja—. Le dijo “Victoria”.

—Sí, y delante de todos. No parece solo trabajo…

Valerie sonrió con malicia. No necesitaba más. En un segundo, fabricó la mentira perfecta.

Se giró hacia el grupo, bajó la voz con un tono íntimo, casi cómplice:

—¿De verdad creen que fui yo la infiel ? —preguntó, arqueando una ceja—. Pobres ingenuos. La verdadera historia es otra. Esa mañana, en ese despacho, no éramos Fabián y yo los que engañábamos. Era Victoria. Ella estaba con Samuel Duarte. Nosotros los descubrimos. ¿O acaso creen que fue casualidad que ahora estén juntos?

El veneno se deslizó como un perfume invisible. Los empleados intercambiaron miradas turbias. Algunos proveedores, que estaban esperando en el lobby, fruncieron el ceño con duda. En minutos, la serpiente había invertido el relato: de víctima a culpable, de amiga traicionada a testigo del supuesto adulterio.

Samuel lo escuchó todo. Venía del mostrador con papeles en mano cuando las palabras de Valerie le cayeron como un balde de agua helada. Por un instante, sintió un nudo en el estómago. No le dolía por él: lo que lo incendiaba era pensar en Victoria, en su rostro cuando se enterara de lo que estaban murmurando sus propios empleados.

Se acercó con pasos firmes. Su voz sonó clara, grave, atravesando el murmullo.

—Basta.

El silencio fue inmediato. Todos lo miraron, sorprendidos. Samuel, el hombre sereno, el recepcionista que nunca levantaba la voz, estaba ahí, erguido, con una firmeza que nadie le conocía.

—Escuché lo que dijeron y les voy a decir algo, para que quede claro —su mirada recorrió al personal, a los proveedores, a los curiosos que fingían mirar otra cosa—. La señorita Montaldo no necesita que yo la defienda. Pero no voy a permitir que nadie manche su nombre con rumores inventados.

Valerie lo observaba con sonrisa burlona, como una actriz disfrutando del drama.

—¿Y vos qué sabés, Duarte? —escupió con veneno—. No estuviste ahí o si.

—Sé lo suficiente —replicó Samuel, sin apartar la vista—. Y sé que para hablar de alguien hay que tener pruebas. Ustedes no las tienen. Ella sí. Y si siguen repitiendo esas mentiras, van a descubrir lo que significa enfrentarse de verdad a Victoria Montaldo.

El tono fue tan cortante que hasta Omar, acostumbrado a lidiar con conflictos, lo miró con respeto.

Samuel dio un paso más.

—Y otra cosa. La próxima vez que escuche a alguien hablar mal de mi pareja, no voy a quedarme a defender con palabras. Se los digo una vez. Solo una.

El eco de su voz retumbó en el mármol del lobby. Los empleados bajaron la cabeza, los proveedores fingieron revisar sus teléfonos. Valerie, aunque mantuvo la sonrisa, sintió la derrota arderle bajo la piel. Samuel le había quitado el escenario.

Victoria apareció justo después, descendiendo del ascensor privado. Llevaba el rostro erguido, el cabello recogido con impecable pulcritud. Su sola presencia bastó para que el murmullo se extinguiera. No había escuchado toda la escena, pero el silencio a su alrededor le bastó para intuirlo.

Clavó la mirada en Valerie.

—Usted aquí no tiene lugar. ¿Quiere que llame a la policía o sale por su cuenta?

Valerie apretó los labios, guardó sus gafas en el bolso y, sin perder la pose, se dio media vuelta.

Victoria la siguió con la mirada hasta que la puerta giratoria se cerró tras ella. Luego se volvió hacia el personal.

—¿Quieren hablar de mí? Hablen. —Su voz fue tan firme que nadie se atrevió a respirar—. Pero que sepan algo: no me quiebra lo que digan. Me hace más fuerte. Así que sí, ¡que hablen de mí!

Giró sobre sus tacones y caminó hacia su oficina sin esperar respuesta.

Samuel la miró, con el corazón todavía agitado por lo que había dicho minutos antes. Ella no lo había escuchado, pero había sido la primera vez que él se reconocía públicamente como su pareja. Aunque fuera parte de la farsa, lo había dicho con el alma de un hombre que ya no fingía.

Y en ese instante entendió: la Reina de Hierro podía soportar los rumores… pero él iba a ser quien se asegurara de que nunca la derrumbaran.

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