Capítulo 6— Sombras legales
El despacho de Ricardo Segovia olía a cuero caro y whisky añejo. Las cortinas cerradas dejaban apenas pasar un resplandor anaranjado de la tarde, como si todo allí se tejiera en penumbra. Fabián, impecable en su traje azul, sonreía con la satisfacción de un cazador que ya tenía la presa acorralada.
—¿Lo ves, primo? —dijo, alzando una carpeta con el sello del juzgado—. Con el software que metimos en el hotel, las cuentas quedaron como un tablero de espejos. Compras hechas, dinero que nunca llegó a los proveedores, líneas de crédito infladas… y todo atado con contratos que llevan la firma de Victoria y de su padre.
Ricardo apoyó la copa de whisky en la mesa.
—Demasiado fácil. Ese “sistema innovador” era un caballo de Troya. Ganamos tiempo, desviamos fondos y encima, cuando reclamaron los pagos, ya teníamos lista la empresa fantasma para embargarlos.
Ambos sonrieron con esa complicidad que solo da la sangre mezclada con el fraude.
—Y lo mejor —añadió Fab