¡No quiero ser madrastra!
¡No quiero ser madrastra!
Por: Piedrita
Capítulo 1
Punto de Vista de Elena

—Querida Elena, ¿qué sucedió? Octavio ya regresó. ¿No deberías estar feliz preparándote para ser su compañera de alma? ¿Por qué quieres volver a casa?

La voz preocupada de mi padre rompió mi resistencia. Las lágrimas que había contenido durante horas cayeron sin control alguno.

Sí, toda la manada Luna Plena y la manada Luna Sangrienta sabían cuánto amaba a Octavio. Solo porque antes de su supuesta misión me había dicho:

—Cuando regrese, haremos la ceremonia de marcado.

Incluso sin noticias durante tres años, seguí esperándolo y rogando a la diosa lunar por su vida.

Pero nunca imaginé siquiera que todo era mentira: la confidencialidad de la misión, la prohibición de contactar a la familia, todo. Un engaño descomunal que había convencido a todos.

Apreté los labios para lograr contener las lágrimas, pero mi padre percibió mi angustia.

Soltó un suspiro y me consoló en voz baja:

—No importa, Elena. Eres mi hija. Te protegeré de todo dolor. Apoyo cualquier decisión que tomes. Resuelve tus asuntos en la manada Luna Plena y en dos días, enviaré a la Guardia Loba por ti.

Al colgar, mi piel sangraba bajo las uñas clavadas.

Pero me tranquilicé, como si no sintiera dolor, mientras la conversación de Octavio y su compañero resonaba una y otra vez en mi mente.

Sentí como innumerables espinas lunares de plata atravesaron mi piel y se enroscaron con cierta crueldad alrededor de mi corazón. El dolor hizo que mis extremidades se sacudieran y se estremecieran de repente, dejándome casi sin aliento.

Mordí mi labio, incapaz de creer que Octavio me hubiera traicionado desde hacía tres años.

Su supuesta «misión secreta», en realidad, solo era una excusa para presenciar el nacimiento de su hijo con otra mujer y acompañar el crecimiento del niño.

Pensé en esos mil días de preocupación y anhelo, en las innumerables noches en que había llorado hasta quedarme dormida, y me sentí como una payasa, ridícula.

—Elena, ¿qué te pasa? ¡Suéltate el labio!

Mientras me encontraba sumida en mi tonta confusión, Octavio entró en la habitación y descubrió mi boca llena de sangre. Se acercó con rapidez, me abrazó con una expresión angustiada y me persuadió en voz baja para que soltara el labio inferior.

Sus ojos verdes, como en los tiempos antes de nuestra separación, estaban llenos de mi imagen. Sí que me amaba. Podía leer ese mensaje una y otra vez en su mirada. Pero era ese mismo hombre que me amaba tanto, quien me había abandonado.

Una verdad tan contradictoria como irónica.

Apagué el celular y mostré una sonrisa un poco fingida.

—No es nada, tuve una pesadilla… Soñé que me habías abandonado.

—¿Qué tonterías dices? ¿Cómo podría abandonarte?

Con ternura, me dio un beso repentino en la frente.

—¿No quisiste siempre un juego de joyas de ópalo de fuego? Ya lo he mandado hacer. Mañana te llevaré a verlo. Lo usarás en la ceremonia de marcado, serás la novia más bella.

Al mencionar la ceremonia, el tono de Octavio derramaba expectativa. Pero al imaginar sus escenas con otra mujer, yo no pude sentir más que náuseas y, rápidamente, me liberé de sus brazos.

—Ya no lo quiero.

—Entonces, ¿qué deseas?

Octavio dudó por un momento, luego rodeó mi cintura una vez más y me besó la mejilla con cariño.

—Te quiero, Elena. Te daré todo lo que desees, quiero que seas la novia más feliz. ¿Sí?

Después de escuchar estas palabras, me giré para mirarlo a los ojos.

—Quiero que prometas que nunca me mentirás.

Octavio se sorprendió, luego, esbozando una sonrisa, me respondió:

—Por supuesto, jamás le mentiría a mi compañera del alma.

Tenía un corazón inquebrantable. Hasta ahora, seguía negándose a decirme la verdad.

Justo cuando iba a confrontarlo, unos golpes repentinos resonaron en la puerta.

Una mujer con los ojos enrojecidos, abrazando a un niño de más de dos años, estaba en la entrada.

—Octavio, Esteban no para de llorar pidiendo a su papá… No logro calmarlo…
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