Mis trillizos son nietos de una CEO.

Las puertas de la mansión Castelli se abrieron lentamente, como si también ellas quisieran recibir a la heredera legítima con el respeto que no se le había dado antes.

Anya dio un paso dentro, sosteniendo el fular en el que los trillizos dormían entrelazados en el calor de su pecho. La casa era enorme. Antigua y elegante, pero a diferencia de la mansión Vanderbilt, esta no era fría.

El mármol de los pasillos reflejaba la luz de las lámparas de cristal que colgaban del techo. Las columnas eran altas, robustas, de un blanco antiguo que parecía darle un toque moderno.

Isabel se detuvo a su lado y le colocó una mano en la espalda, como cuando solía guiarla de pequeña al cruzar la calle.

—Este es nuestro hogar, cariño. —Dijo con una sonrisa suave.

Anya tragó saliva, aunque su corazón latía desenfrenado.

“¿Nuestro hogar?”

No sabía cuánto había deseado escuchar algo así hasta que lo escuchó.

Asintió despacio. No dijo nada, pero sus ojos tenían un brillo sin igual, el mismo brillo que Isabel
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