Legítima heredera.
El sonido de los cristales rotos aún vibraban en el aire cuando Edward se puso de pie, casi por reflejo.
—¡Anya! —Exclamó corriendo hacia ella, tan pronto llegó bajó la mirada a sus manos temblorosas, al suelo cubierto de trozos afilados, inspeccionando si se había cortado, pero ella no se movía—. ¿Te has hecho daño? —Le preguntó preocupado, pero Anya no respondió. No por la indiferencia de antes, o por lo hipócrita que se sentía él mismo, al preocuparse ahora, cuando él mismo la había golpeado antes, sino porque simplemente no podía verlo y oírlo, lo único que podía hacer era ver a su madre—. ¡Llamen a la doctora, ahora! —Ordenó Edward a sus guardaespaldas que de inmediato sacaron el celular algo asustados por el tono de Edward.
Isabel, la mujer que había vivido toda su vida en base a apariencias y poder, ahora estaba perpleja y con los ojos inundados de lágrimas silenciosas.
Tras dieciocho años sin verla, no esperaba que su cuerpo reaccionara así.
Llevaba dieciocho años creyendo qu