La heredera de nadie.
Rondaban las tres de la madrugada y Stella aún no podía dormir.
Llevaba horas recostada en ese viejo sillón junto a la ventana, con las piernas cruzadas y el cigarro apagado entre los dedos. No lo encendía. No porque no quisiera fumar, sino porque el olor tardaba días en irse, y aquel departamento ya apestaba lo suficiente.
La tormenta golpeaba contra las ventanas del departamento, como si quisiera destruir ese lugar tanto como ella. Pero no podía darse el lujo de perder ese lugar, incluso si era una pocilga, comparado a las cosas a las que se había acostumbrado, era lo único que tenía y quizás, lo único que merecía.
Un trueno resonó en el cielo, tan fuerte que incluso el vaso de agua sobre la mesa vibró. Stella lo notó, miró a Alan incrédulo al verlo dormir como bebé, incluso con el ruido.
Desde que lo recogió del pavimento no había dicho una sola palabra, no sabía nada sobre ese hombre, pero de cierta manera era reconfortante saber que no estaba sola, que había una persona a su lad