4. ¡No soy tu esclava!

Sophie y Michael llegaron a una mansión impresionante, la enorme casa se veía desde lejos.

El coche se detuvo justo en la puerta donde una larga fila de sirvientas los esperaba.

Se inclinaron en cuanto los recién casados salieron del coche Sophie.

Ella aún aturdida por lo que acababa de vivir en la iglesia, apenas podía creer lo que veía.

Había vivido en una gran casa con servicio todos esos años.

Michael se había ocupado de que nada le faltara a pesar de no estar presente en su vida, pero aquello, era demasiado, era como en las películas de gente muy importante.

—Bienvenida, señora —dijo una de las doncellas adelantándose hacia ellos Sophie, cuyo corazón latía con una mezcla de miedo y desconcierto.

Miró la fila de mujeres inclinadas ante ella.

Su rostro se tiñó de rojo, no por placer, sino por una profunda incomodidad.

—Por favor, levántense —pidió rápidamente ella, no estaba acostumbrada a ese tipo de cosas.

Sin embargo, Michael, a quien parecía no gustarle que renunciará a sus privilegios.

La tomó posesivamente de la cintura y la guió hacia la entrada de la casa, lo cierto era que disfrutaba de tenerla así, contra su cuerpo, su cercanía.

—Este lugar será tu hogar de ahora en adelante —aseguró Michael apretando un poco más el agarre alrededor de su cintura para dejarle claro que era una advertencia y que él mandaba — No podrás salir sin mi permiso.

Sophie, a pesar de que sabía que aquello debía incomodarla, solo podía sentirse extrañamente agradecida por esa forma de tocarla.

—No necesitarás trabajar —continuó Michael mientras la hacía caminar con él, no podía ni quería soltarla, se quedó quieto frente a ella y llevó una mano a su mejilla, era tan hermosa, tan parecida a ella—. Lo único que se espera de ti es obediencia — añadió.

La palabra "obediencia" retumbó en los oídos de Sophie recordandole que no había tenido opción y como se habían dado las cosas entre ellos.

Miró a su alrededor, a las caras de las doncellas, algunas de las cuales levantaban la vista hacia ella.

Sophie se detuvo, su corazón latía tan fuerte por su contacto que necesitó llevarse una mano al pecho para asegurarse de que no se salía de su cuerpo.

—Michael, ¿qué significa todo esto?¿Por qué tengo que vivir como una prisionera?

Michael frunció el ceño molesto, endureciendo su expresión y dejando de tocarla, como si necesitara esa distancia para recuperar la autoridad, como si cerca de ella no pudiera pensar con suficiente claridad.

—Sophie, esto es por tu propio bien, estás bajo mi cuidado, aseguraré tu seguridad. Lo único que te pido a cambio es que sigas mis reglas y no las discutas.

—¿Por qué has hecho esto? —preguntó Sophie curiosa—. ¿Me adoptaste para casarte conmigo cuando fuera mayor? No entiendo nada, yo soñé tanto con conocerte y ahora resulta que te has convertido en mi marido.

Michael giró lentamente hacia ella, realmente daba miedo con esa aura helada que parecía atravesarlo todo, que hacía que Sophie se estremeciera cuando la recorrió un intenso escalofrío.

Él se acercó, y por un momento la llenó de miedo, al menos hasta que volvió a acariciarle el rostro logrando que se relajara.

—Muy similar... eres muy similar —murmuró sin responder a ninguna de sus preguntas—. Lo único que necesito es que estés a mi lado. Los demás, no me importan. Nada más importa.

Sophie retrocedió, quitándose la mano de Michael de su rostro, no porque le incomodara, más bien todo lo contrario.

—Pero es importante para mí —aseguró ella fulminándolo con la mirada.

Por un momento Michael sonrió, era una sonrisa juguetona que solo sirvió para confundirla todavía más y hacer que no entendiera nada.

Sophie abrió la boca para preguntar de nuevo, para exigir las respuestas que sentía que merecía, pero antes de que pudiera hablar, Michael frunció el ceño y se llevó una mano a sus labios.

—Silencio…

Llamó a una criada algo anciana, una mujer de rostro amable pero ojos tristes.

Sophie se dio cuenta rápidamente de eso, era fácil para ella reconocer la tristeza en las demás personas, se sentía sola y triste la mayoría del tiempo.

—Atiende a mí esposa —ordenó él sintiendo un terrible dolor de cabeza y saliendo de ahí sin decir nada más.

Sophie se quedó observando el lugar por donde su esposo acababa de salir por un largo tiempo, hasta que la mujer se atrevió a interrumpirla para acompañarla a su cuarto.

Un par de horas después Sophie se retorcía inquieta en la cama.

Estaba sola otra vez...

Pensó que estaría con su amado esposo en su noche de bodas, pero en cambio se quedó con una habitación vacía y la noticia de su muerte.

No, no podría esperar sin hacer nada!

Se levantó sigilosamente de la cama y se escabulló por los pasillos de la mansión.

Tal vez simplemente debía escapar de ahí y empezar una vida nueva lejos, muchas cosas pasaban por su cabeza en ese instante.

Después de lo que pareció una eternidad de recorrer corredores y pasillos en aquella enorme casa, encontró una puerta que era diferente a las demás.

Estaba segura de que la libertad que tanto deseaba estaba al otro lado de esa puerta.

Sophie intentó abrirla dos veces, tenía una rueda con una combinación que no lograba acertar.

Pero tras el segundo intento fallido, el silencio de la noche se rompió con el estridente sonido de una alarma.

Las luces de toda la villa se encendieron de golpe.

Paralizada por un momento, Sophie vio cómo Michael, que estaba sentado en el sofá, sostenía su barbilla con una mano mirándola con una sonrisa.

Se levantó rápidamente, su expresión era amable pero podía notar de nuevo esa frialdad que la había estremecido horas atrás.

—¿Todavía quieres correr, mi Esposita? —dijo Michael caminando tranquilamente hacia ella sin apartar la vista de su rostro y provocando que las piernas de Sophie flaquearan, por miedo, o tal vez por la forma en que besa mirada la había sentirse, por co su corazón volvía a latir acelerado a cada uno de los pasos que él daba y los acercaba un poco más—. No quiero castigarte, pero eres tan rebelde.

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