148. Ya voy, Laura.

El sol apenas se filtraba por la ventana cuando Michael se levantó de la cama, intentando no despertar a Sophie, que dormía plácidamente a su lado. Con pasos ligeros y sigilosos, se dirigió a la habitación de los niños, donde yacían dormidos sus pequeños tesoros.

Al entrar, una oleada de amor lo invadió. Observó a sus hijos, dos pequeños seres que habían llegado a su vida seis meses atrás, pero a los que no había tenido la oportunidad de conocer hasta ahora. Ahora, contemplándolos mientras dormían, sentía que su corazón se desbordaba de felicidad.

Los gemelos, envueltos en suaves mantas, parecían tranquilos y serenos en su sueño. Michael se acercó con cuidado a las cunas y los observó con ternura, maravillado por su belleza y la perfección de sus rasgos. Cada respiración, cada pequeño gesto, llenaba su corazón de un amor que jamás había sentido por nadie. Eran sus hijos, fruto del amor que sentía por su esposa.

Se quedó allí, en silencio, durante unos minutos que parecieron eternos.

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