3. El hombre más poderoso.

Sophie retrocedió horrorizada, sus ojos se ampliaron y su respiración se entrecortaba mientras miraba al hombre frente a ella.

No podía mentir a lo que sus ojos veían: su padre adoptivo, ese gemelo idéntico al que ella había guardado durante años y la letra "M" bordada en su pañuelo. Era él, pero ¿cómo podía ser posible?

—La boda contínua.

El hombre tomó la mano de Sophie y se pararon juntos frente al podio.

Unos minutos después, una voz cautelosa cortó el denso murmullo de la iglesia.

El pastor, un hombre mayor con una expresión de preocupación arraigada en su rostro, se dirigió temblorosamente a ese hombre misterioso.

—Se... señor... ¿Cómo se llama usted? —preguntó, intentando mantener la compostura.

El hombre giró lentamente para mirarlo.

Su voz, cuando habló, resonó con una autoridad que dejó en claro quién controlaba el lugar en ese instante.

—Michael Harrison —respondió simplemente.

Un susurro colectivo se elevó entre los invitados.

Preguntas y conjeturas comenzaron a flotar en el aire como hojas arrastradas por el viento.

—¿Michael Harrison?

—¿Es el CEO de CygnetTech, la empresa de software?

—¿Es el hombre más autoritario de este país?

—¿Es el demonio asesino?

—¿Qué relación tiene con la novia?

Sophie escuchó las preguntas, cada una clavándose en su mente como una aguja.

No podía creer que el hombre que la había adoptado pudiera ser el mismo que ahora sembraba el terror en lo que debería haber sido el día más feliz de su vida.

Era cierto que jamás lo había visto desde el día en que la adoptó, que fue criada por un chófer y una ama de llaves y que todos los caprichos le fueron concedidos siempre, pero lo había idealizado y creía que era un buen hombre.

Michael, se volvió hacia ella, sus ojos se encontraron con los de la joven.

Era una mirada en la que alguna vez había encontrado consuelo, pero ahora solo veía un abismo oscuro.

—Sophie, no dejes que las palabras de los demás te nublen la mente —dijo con una suavidad que contrastaba con la situación—. Recuerda quién soy, quién has sido para mí, Te di siempre la mejor educación.Todo lo que quisiste te fue concedido.

—Pero no puedo casarme contigo, ¡Eres mi padre adoptivo!

Sophie tembló, las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos.

Estaba atrapada, no solo físicamente, sino también por los recuerdos y emociones que la ataban a este hombre.

Michael Harrison, quien había sido su protector, el padre que siempre quiso tener y jamás pudo conocer.

Ahora solo podía verlo como su captor.

¡No es correcto!

Los invitados continuaron murmurando, sus voces eran un zumbido constante en el fondo.

Algunos comenzaron a levantarse, mirando hacia las puertas como si consideraran una huida.

Pero los guardias, inmóviles y amenazadores, recordaron a todos que no había salida posible de esa iglesia.

El pastor, que había presenciado innumerables bodas y funerales, nunca había enfrentado una situación como esta.

Se quedó de pie con la Biblia apretada contra su pecho, rezando en silencio por una resolución pacífica.

Michael, se frotó las cejas irritado.

Era un hombre que prefería el orden y la discreción, y todo este ruido y caos no era más que una distracción indeseada de sus planes meticulosamente trazados.

De repente, el sonido agudo y consecutivo de una ráfaga de disparos cortó a través del aire tenso de la iglesia.

Tan pronto como comenzaron, cesaron, y un silencio pesado y ominoso se asentó sobre la congregación una vez más.

La joven apareció nuevamente como un fantasma.

—¡Todos callen, ahora la boda continúa! —anunció con un tono que no admitía réplicas.

Sophie, paralizada por el miedo, se sintió como si cada sombra de esperanza se hubiera disipado.

La mente de Sophie giraba en un torbellino de desesperación y repulsión.

Quería resistirse, gritar, correr, hacer cualquier cosa para escapar de esta pesadilla.

Pero antes de que pudiera moverse, Michael se inclinó hacia ella.

Su aliento era frío en su oído, y las palabras que susurró le helaron la sangre.

—No intentes escapar, Sophie —dijo con una calma venenosa—. O te enviaré a conocer a tu prometido.

Las palabras resonaron en su cabeza, una sentencia de muerte disfrazada de advertencia.

Sophie sintió cómo la última chispa de rebelión se extinguía dentro de ella, reemplazada por un miedo abrumador y paralizante.

Miró a su alrededor, buscando un aliado, una salida, cualquier signo de esperanza.

Pero todo lo que vio fueron los rostros asustados de los invitados, los guardias implacables en las puertas, y el secretario, que ahora parecía más un verdugo que un funcionario.

El padre adoptivo se enderezó, mirando a la multitud con una expresión de indiferencia fría.

Era claro que para él, todos eran solo peones en su retorcido juego.

Sophie, la hija adoptiva solo en el papel, era ahora la pieza central de su plan enfermizo.

El pastor, se enfrentaba a una tarea que ningún líder espiritual desearía.

Tartamudeando, intentó seguir adelante con la ceremonia, su voz apenas audible sobre el pesado silencio que llenaba la iglesia.

—Y usted, señor Harrison, ¿toma a Sophie como su legítima esposa, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe? —preguntó con un hilo de voz.

Michael, con una serenidad que contrastaba agudamente con la tensión a su alrededor, respondió sin vacilar.

—Sí —dijo, y sus ojos se suavizaron al posarlos en Sophie.

Por un breve e ilusorio momento, su mirada se llenó de algo que parecía genuinamente amoroso, y Sophie sintió un atisbo de duda.

¿Podría ser que, después de todo, hubiera algo de verdad en sus palabras, algo de auténtico afecto en su corazón?

¿Y si ese hombre realmente si sentía algo por ella y tal vez por fin alguien llegaba a amarla?

Pero cualquier pensamiento de indulgencia se desvaneció cuando llegó su turno de responder.

Giró la cabeza y se encontró con los ojos ardientes de ira de la mujer que habría sido su suegra.

La clara advertencia en su mirada no dejaba lugar a dudas: no había opción más que someterse.

—Sí —susurró Sophie, su voz ahogada por la opresión y el miedo, y con esa palabra, se selló su destino.

La ceremonia concluyó en una bruma de formalidades y palabras vacías.

Michael le extendió la mano a Sophie, su gesto un simulacro de cuidado y apoyo.

La condujo fuera de la iglesia, cada paso sintiéndose como una marcha hacia lo desconocido.

Mientras la pareja desaparecía de la vista, el secretario, un hombre cuyo rostro hasta ahora había sido una máscara de eficiencia profesional, se giró hacia el guardaespaldas más cercano.

Su voz era fría, desprovista de emoción.

—Mátenlos a todos —ordenó sin un ápice de duda.

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