5. El castigo del diablo.

Uno de los guardaespaldas, se acercó a Sophie y le cubrió los ojos con un pañuelo grueso para que no fuera capaz de ver nada.

La hizo caminar por un largo rato y luego la empujó haciéndola caer sin ninguna delicadeza sobre una cama grande.

El pánico se apoderó de ella al no saber que pretendía hacerle mientras forcejeaban. Pero él era más fuerte y grande por lo que terminó con las manos amarradas.

Sophie, luchaba contra el pánico que aquello le hizo sentir, aunque lo cierto era que ese hombre se apartó de ella y ya no la tocó más.

Pensó en las escenas de tortura que había visto en películas y programas de televisión que iban sobre la mafia, esperando que llegara el momento en que algo malo ocurriera pero nada sucedía.

Tras lo que pareció una eternidad a oscuras, la puerta se abrió con un leve chirrido.

Alguien entró en la habitación y caminaba hacia ella, podía escuchar sus pasos acelerando el ritmo de su corazón a medida que se acercaba a ella.

Unas manos desconocidas tocaron su cara y una sensación cálida la inundó, como si algo en ella le dijera que todo estaba bien, aún así su parte racional seguía asustada, sin saber qué hacer.

—¡Bastardo, déjame ir! —exigió con voz temblorosa pero intentando parecer fuerte.

—Tu prometido está muerto y el cuerpo ha sido recuperado. ¿Quieres verlo? ¿Por eso pretendías escapar de mí?

La voz del hombre era burlona y cruel al hablar.

Era Michael, Sophie lo reconoció al instante sintiendo cómo su corazón se rompía una vez más.

Luego pudo confirmarlo en cuanto le sacó la venda de los ojos.

—¡Déjame ir! ¡Te odio!

Quería empujarlo, luchar, pero no podía liberarse de la cuerda y, ante su sorpresa, el hombre comenzó a quitarse su traje.

—Espera, ¿qué quieres hacer?... ¡Ayuda!

El hombre fijo su mirada en la de ella dándose cuenta de que estaba asustada asustada y se rió.

Sophie se desanimó cuando vio que no tenía intención de detenerse.

—¡Incluso si obtienes mi cuerpo, no podrás obtener mi corazón!

Estaba preparada para cualquier cosa excepto para lo que sucedió, se tumbó a su lado y la rodeó entre sus brazos.

Era un abrazo, solo eso, no la estaba tocando con deseo o intentando hacer algo más, solo la abrazaba de una forma en que ella sintió que no podía dejarlo ir.

—Si no te resistes, te dejaré verlo mañana —susurró Michael en su oído con una voz muy suave que la sorprendió erizando su piel de una forma que jamás había creído experimentar.

No volvieron a hablar y, lejos de lo que ella misma podría haber pensado, los dos se durmieron en apenas unos minutos, juntos, agotados por ese día, los brazos de su esposo obligado la habían reconfortado y dado la seguridad que jamás esperó encontrar en él.

A medida que los primeros rayos de sol se filtraban a través de las cortinas, Sophie se despertó sola en la habitación.

El hambre le retorcía el estómago, era una sensación que se sumaba al malestar general que sentía por todo lo sucedido el día anterior.

Llamó, gritó por alguien, pero su voz solo encontró el eco de las paredes vacías.

Nadie vino.

Hasta la tarde nadie apareció de nuevo en la habitación, se sorprendió a sí misma sintiéndose decepcionada al ver entrar a dos guardias y no a Michael.

Se acercaron la cama y la observaron con indiferencia.

— El jefe pide que se vista, debemos llevarla a un lugar, él eligió mucha ropa para usted que está dentro de ese armario — empezó a hablar uno de ellos señalando el mueble del que hablaba. Mientras el otro le soltaba las manos atadas al cabezal con cuidado de no tocarla de más, el jefe había sido muy claro con ellos, era suya, solo él podía tocarla — Esperaremos fuera.

Ella simplemente asintió acariciándose las muñecas y se puso de pie para caminar hasta su armario.

Se sorprendió por la cantidad de ropa que había ahí, para todo tipo de ocasión pero está vez eligió unos vaqueros y una camisa, algo cómodo, no tenía ganas de arreglarse más.

Salió de la habitación y los guardias no tardaron en acompañarla al coche que esperaba por ella fuera de la mansión.

— ¿Dónde está Michael?— preguntó molesta, ese hombre era odioso, la adoptó y jamás volvió a verlo, parecía que pretendía portarse igual como esposo.

Cuando el auto se detuvo frente a un edificio, no tardaron en entrar y caminar hasta una habitación.

Al abrir la puerta, no había nada más que una cama blanca en el centro.

Sobre ella yacía una figura cubierta por una sábana blanca.

Un cadáver.

El recuerdo de las palabras de Michael la noche anterior volvió a ella golpeándola de repente.

— No es posible que…— negó observando a los hombres pero ellos solo salieron y la dejaron sola, observando el bulto cubierto por aquella sábana blanca.

Armándose de valor se acercó a la cama y retiró la tela con manos temblorosas.

Lo que vio debajo de las sábanas, le provocó un fuerte escalofrío que se repartió en un instante por todo su cuerpo, como un rayo atravesando su espina dorsal.

Era un cuerpo en descomposición, irreconocible.

El olor y la visión eran tan desagradables que Sophie se dobló, intentando vomitar, pero su estómago vacío no tenía nada que expulsar.

Nadie le había dado nada de comer en todo el día y en ese instante lo agradecía.

Se llevó la mano al rostro, tapándose la boca y la nariz para no ceder a las nauseas que le producían aquel olor tan fuerte.

En medio de su horror, sus ojos cayeron sobre una cadena en la mano del cadáver, una cadena que reconocía muy bien.

Era de su prometido.

No pudo evitar que las lágrimas resbalaran por sus mejillas y la vista se le nublara por momentos.

Estaba a punto de desmayarse de la impresión, la oscuridad amenazaba con atraparla y hacerla caer.

Sus piernas temblaban amenazando con ceder, cuando sintió unos brazos rodeándola y reconfortándola.

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