Dulcinea no quería hablar más con él.
Dulcinea presionó el botón para llamar a la enfermera y ponerle el suero a Leonardo.
Justo en ese momento, Catalina llegó con un desayuno abundante. Consciente de la tensión entre Dulcinea y Luis, Catalina fue la primera en hablar:—El desayuno corre por mi cuenta. No quiero que Leonardo pase hambre...
Dulcinea, más madura y menos impulsiva, aceptó.
Catalina, que tenía dos hijos propios, sabía cómo ganarse la simpatía de los niños. Mientras abría los envases del desayuno, hizo reír a Leonardo, quien pronto se dirigió a ella con cariño:
—Señora, guapa.
—¿Quieres que te dé de comer? —preguntó Catalina con una sonrisa—. Papá y mamá necesitan hablar un ratito.
Leonardo, siempre obediente y encantado con Catalina, aceptó que ella le diera de comer.
Luis y Dulcinea se dirigieron al final del pasillo para hablar en privado. Una vez allí, Dulcinea habló primero, con voz suave pero firme:
—Leonardo sale del hospital mañana. No vuelvas. Antes no te preocupaba