El chofer guardó silencio por un momento.
—Este gesto de la señora vale más que el dinero —dijo.
Le contó todo lo que sabía a Dulcinea:
—Después de ver el periódico, señorita Cordero se enfadó mucho, se tomó una botella de licor y terminó en el hospital a medianoche. Al día siguiente, en la tarde, el señor Fernández fue a verla y se quedó allí unas dos o tres horas.
Dos o tres horas, pensó Dulcinea con una sonrisa tranquila.
El chofer continuó con cautela:
—Después de salir del hospital, señorita Cordero fue muy feliz a comprar un vestido blanco de alta costura. Escuché a las sirvientas decir que costó más de un millón y que usó la tarjeta del señor Fernández.
Temiendo molestar a Dulcinea, el chofer se calló.
Dulcinea tomó un sorbo de té. Con indiferencia, dijo:
—Seguramente el señor Fernández la complació.
El chofer, sin entender del todo, pensó que era un típico caso de dos mujeres peleando por un hombre. Dulcinea, con tono serio, añadió:
—Ese vestido tan caro, asegúrate de que no se